La llegada de la Estatua de la Libertad a Nueva York: 214 cajas en un barco y la tormenta que casi la hunde

La llegada de la Estatua de la Libertad a Nueva York: 214 cajas en un barco y la tormenta que casi la hunde

El proceso que llevó el proyecto a su concreción también fue largo y accidentado, con dificultades económicas, problemas financieros, cuestiones técnicas y una complicada logística que más de una vez hicieron pensar que esa idea luminosa terminaría aplastada por la oscuridad de un fracaso

 

El jueves 17 de junio de 1885, el puerto de Nueva York fue escenario de una ceremonia que cualquier desprevenido pudo creer que transcurría del otro lado del Atlántico. Miles de personas se dieron cita para recibir a un barco de guerra francés al son de la música de La Marsellesa ejecutada por una banda militar para que un coro entonara sus estrofas.

Por infobae.com

L’Isère, así se llamaba el buque, llegaba con una semana de retraso debido a una serie de feroces tormentas que debió enfrentar en alta mar, pero con su preciosa y pesada carga intacta, distribuida centenares de cajas distribuidas estratégicamente dentro de la bodega.

Así, fragmentada en centenares de piezas, como si se tratara de un gigantesco rompecabezas de tres dimensiones, la Estatua de la Libertad llegó a Nueva York, luego de un largo y accidentado periplo que incluyó un viaje en tren desde París hasta Ruan y luego en barcazas que bajaron por el Sena hasta el puerto de Le Havre, donde fueron embarcadas en L’Isère para cruzar el océano.

Pero si el viaje fue largo, mucho más prolongada había sido la espera: más de 15 años desde que el político Eduard Laboulaye y el escultor Auguste Bartholdi, los dos franceses, tuvieron la idea de construirla para celebrar la abolición de la esclavitud en los Estados Unidos.

El proceso que llevó el proyecto a su concreción también fue largo y accidentado, con dificultades económicas, problemas financieros, cuestiones técnicas y una complicada logística que más de una vez hicieron pensar que esa idea luminosa terminaría aplastada por la oscuridad de un fracaso.

Un homenaje político

Para 1870, Estados Unidos estaban en pleno proceso de reconstrucción después de la guerra civil que había desangrado al país entre 1861 y 1865 y, al mismo tiempo se preparaba para los festejos del centenario de la Independencia, declarada el 4 de julio de 1776. Fue en ese contexto que Laboulaye propuso que su país le enviara un regalo a la nación americana para simbolizar la amistad entre ambos países y la lucha conjunta que sostuvieron contra la corona británica en la guerra de independencia.

El político francés decidió convocar a su amigo, el escultor Frédéric Auguste Bartholdi, para que diseñara el monumento. El artista no dudó en aceptar el encargo que le sonó como una revancha para su carrera porque venía de sufrir una frustración por el rechazo del gobernador de Egipto, Isma’il Pasha, a su propuesta de levantar un monumento equiparable al Coloso de Rodas, al que pretendía llamar “Egipto lleva la luz a Asia”.

El encargo de Laboulaye le dio otra oportunidad a Bartholdi, que además recuperó algunas de las ideas que tenía sobre la estatua egipcia y las volcó en el nuevo proyecto. Para concretarlo, pidió la colaboración de Eugene-Emmanuel Viollet-le-Duc, a quien le pidió el diseño de una estructura de hierro y acero que pudiera sostener la estatua. Allí se presentó el primer obstáculo, porque Viollet-le-Duc falleció repentinamente y debió ser reemplazado por otro ingeniero, Alexandre-Gustave Eiffel, el mismo que años después diseñaría otro monumento que se convirtió en el rasgo distintivo de París, la torre que lleva su nombre.

Por entonces corrían tiempos difíciles en Francia, embarcada en la guerra con Prusia y con la conquista de Alsacia, la región de la que provenía Bartholdi, por el imperio alemán. Ese conflicto había despertado entre los franceses un fuerte sentimiento antiestadounidense, debido a la cercanía de Washington con los alemanes.

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