El oscuro horizonte de Daniel Sancho tras el carpetazo del juez

El oscuro horizonte de Daniel Sancho tras el carpetazo del juez

Daniel Sancho Somkeat Ruksaman Agencia AP

 

Si algo ha dominado el juicio a Daniel Sancho, ya visto para sentencia, han sido las decenas de comentarios, tantas veces chascarrillos que, mezclados con ideas y análisis profundos basados en declaraciones monosílabas a la salida del juzgado o por filtraciones interesadas, han permitido que medio centenar de reporteros aquí, y no sé cuántos más por el resto del mundo, llevemos un mes escribiendo o entrando en directo cogiendo nuestro propio trabajo con alfileres. Claro que si el juez nos hubiera permitido la entrada otro gallo habría cantado.

Por larazon.es





Thomas, nombre ficticio –porque de esta cobertura me voy a llevar el que nadie quiera dar la cara cuando sale algo noticiable a la luz–, lleva años trabajando para los juzgados de Bangkok. Es un hombre con experiencia que no sabe nada del caso Daniel Sancho, salvo lo que yo le comento, porque para el que no lo sepa, en Tailandia nadie, absolutamente nadie, habla de esta historia que en cambio sí es tan mediática en nuestro país y buena parte de Latinoamérica.

Y Thomas me pone en mi sitio tras haberle contado doce teorías posibles en poco más de media hora. «¿Y si todos vuestros esfuerzos exteriores no hubieran valido para nada, salvo para que podáis seguir trabajando?», me dice. «Me refiero a que muy probablemente nada nuevo haya ocurrido desde que a Sancho le leyeron los cargos, y que el fiscal jamás haya dicho que veía posible retirar el cargo de asesinato con premeditación, y que la defensa no haya conseguido voltear la tostada», argumenta. Atendiendo a sus palabras, uno tiene que aceptar que podría llevar razón. Si se fijan bien, el fiscal, del que aseguran fue muy duro y explícito con Sancho durante su turno de preguntas, pudo haber simplemente hecho un comentario que los medios o sacamos de contexto o simplemente exageramos. Por ejemplo, no es lo mismo que el fiscal dijera «que la premeditación siempre es complicada» que «demostrar la premeditación de este caso está complicada», me apunta. «Porque, ¿cómo iba a decir eso el fiscal? ¡Correría en su contra! ¿Acaso ha retirado ya ese cargo?», concluye.

En este juicio, además, los reporteros allí enviados hemos vivido un constante interés de las partes interesadas en decirnos lo que más les convenía. Si Ospina, aprovechando su capacidad para poder acceder a la sala, y más tarde para testificar, no hubiera hablado con nosotros cuatro veces diarias –las dos entradas y dos salidas diarias al juzgado– habríamos dispuesto de mucha menos información. Pero incluso así, ¿quién nos asegura que en sus declaraciones no hubo alguna, digamos, distorsión?

¿Intoxicaciones?

Porque de la misma forma, se han intoxicado cabezas haciéndonos creer que en realidad sí habían encontrado un torso, algo que fue rotundamente falso, pero que para cuando descubrimos la verdad ya era la noticia del día en numerosos medios. Porque Rodolfo Sancho también ha ejercido su voluntad para dejar caer a algún periodista de su cuerda lo que a él más le interesaba. Con esto sólo quiero aclarar que a lo mejor Thomas tiene más razón que yo y el resto de reporteros. Y que lo que se cocía en las redacciones de Madrid poco importaba en la sala donde Daniel en grilletes escuchaba a la cantidad de testigos que corroboraban sus declaraciones de hace meses. Y dejo para el final al cónsul, el cual, al parecer, también filtraba a diario información, aunque nunca a los reporteros que allí pasábamos el día entero.

Sobre Daniel Sancho habría que tratar de entender ciertas jugadas de su equipo de abogados. Porque según Thomas y otros expertos en estas lides, traer a expertos españoles para contarle al juez cosas que en Tailandia ya conocen al dedillo, se considera casi una humillación. Algo así como si un tipo de Arkansas se presentara en Plaza Castilla diciéndonos cómo tenemos que hacer el gazpacho. Y ya no les digo la paella.

Porque de la supuesta cantidad de testigos de la defensa no pudieron responder a las preguntas ni la mitad, entendiendo en la mala situación que queda Carmen Balfagón, que repitió hasta el histrionismo por los platós de media España que los cocos se cortan con sierras y que las bolsas de basura se utilizan como chubasquero. Tras no serle permitida su declaración –lo mismo que a su socio Ramón Chippirrás– al día siguiente un supuesto chef tailandés, en vez de pasar a contarlo por el juzgado, se quedó en su trabajo cortando cocos, quién sabe si con cuchillos o a patadas.

Thomas también incide en algo importante: «La imagen de Tailandia, y más en una isla muy turística, joya del país, quedaría en entredicho si la pena no es la que toca». Y añade algo importante: «Imagínate que en realidad es un asesinato con premeditación y que le cae una pena menor. ¿Crees, de verdad, que ese escándalo le convendría a Tailandia, que necesita al turista para poder crecer? Y otra cosa, ¿cómo le cuentas luego a los diplomáticos alemanes, franceses, británicos, que tienen a algunos de sus ciudadanos en el corredor de la muerte, que en Tailandia existen juicios a la carta?» Cuando le replico que en Tailandia existe la corrupción y que, aunque rara vez, hay datos que certifican amaños, concluye con rotundidad: «Si el proceso no hubiera sido tan mediático me lo creería. Pero… ¿cuántos periodistas vais a venir a la lectura de la sentencia? Lo digo por el morbo que despierta. ¿Sesenta? ¿Setenta? Dudo mucho que si disponen de las certezas el acusado se vaya a ir de rositas», sentenció.

De otro asunto que Thomas también me ha informado es de algo muy comentado durante el juicio. Si le cae la pena capital, y a sabiendas de que hace mucho tiempo que no se ajustician a extranjeros, existe una manera relativamente fácil de suavizar el futuro: con una carta de arrepentimiento en donde se reconozcan los hechos dirigida al Rey de Tailandia que le concedería a esa persona el perdón real. Y de ahí, como bien sabemos, un máximo de ocho años hasta que comienza el proceso para devolver a su país de origen al reo. Pero, faltaba algo. Un dato no precisamente irrisorio. «Sin el resarcimiento del daño podría estar el resto de su vida entre rejas. O sea, la indemnización que marque el juez deberá abonarla para poder regresar a su país», termina.