La chica que desató una masacre en un colegio porque odiaba los lunes y que se entregó por una hamburguesa

La chica que desató una masacre en un colegio porque odiaba los lunes y que se entregó por una hamburguesa

Unos meses después de abrir fuego contra la escuela y de asesinar a dos hombres y herir de gravedad a 8 chicos y un policía, Brenda Spencer de 16 años sale del juzgado después de declarar en una de las audiencias previas al juicio que se llevaría en su contra (AP Photo/Nick Ut)

 

Suena el teléfono. La chicharra parece un rugido que rebota contra las paredes vacías. Hace varias horas que las llamadas se repiten. Pero la chica no atiende. Hasta que cansada, o tal vez aburrida, levanta el auricular y saluda. Del otro lado, un silencio, como si el que había discado ya hubiera perdido las esperanzas de obtener respuesta. Es un hombre de mediana edad. La voz transmite su nerviosismo, las palabras salen tropezadas. Se presenta como puede y suelta la primera pregunta, quizá la única que tiene, la única que importa “¿Por qué lo hiciste?”. Brenda Spencer, la chica de 16 años responde tranquila, despreocupada: “¿Sabés que pasa? No me gustan los lunes. Tenía que hacer algo para levantar el día”. Cuando el periodista trató de hacer otra pregunta, de construir algún reproche, la joven colgó el teléfono. La charla la estaba aburriendo de nuevo.

Por infobae.com





Masacre en la escuela

El 29 de enero de 1979, 45 años atrás, se produjo uno de los primeros ataques a una institución educativa en Estados Unidos, uno de esos tiroteos que hoy se volvieron habituales. Había algunos antecedentes sangrientos, con muchas víctimas, pero este, el de la Grover Cleveland, una escuela primaria de San Diego, California, tuvo características especiales. Y la justificación más extraña y célebre por parte del perpetrador.

Faltaban pocos minutos para las 8.30 de la mañana. Varios chicos esperaban en la vereda a que se abrieran las puertas del colegio, para empezar la semana. El director Burton Wragg los saludó animadamente mientras ingresaban. Hasta que de pronto una sucesión de ruidos graves, secos. Como si se tratara de portazos furibundos, aunque todos supieron que no eran portazos. Durante los primeros segundos nadie entendía qué sucedía. Después ya quedó claro que alguien estaba disparando hacia la puerta de la escuela, hacia los chicos. El director Wragg y Mike Suchar, portero y hombre de mantenimiento de la institución, se desesperaron por hacer que los chicos salieran de la zona de fuego, por ponerlos a resguardo. Algunos ya estaban en el suelo, con alguna parte del cuerpo sangrando. El primero en caer fue Wragg, el director. Intentó seguir protegiendo a sus chicos y se puso en pie como pudo. Después fue el turno de Suchar. También fue alcanzado por una bala mientras cubría con su cuerpo a uno de los alumnos. Varios de los que corrían para resguardarse se resbalaban con los charcos de sangre que empezaban a formarse.

La policía tardó pocos minutos en llegar. Los disparos continuaban. Una tormenta de balas que parecía no tener fin. En los escasos y breves silencios sólo se escuchaban los gritos y llantos de los chicos. Robert Robb, uno de los primeros policías hizo su ingreso corriendo, desesperado por asistir a alguno de los chicos que estaban tirados –heridos o aterrados-en la galería de ingreso de la escuela. Después de poner a resguardo al primero y de que alguna bala le pasara cerca, mientras regresaba a buscar a otro, una bala que entró por su cuello lo derribó. El francotirador sabía lo que hacía, tenía buena puntería. Otro policía paró a un camión de basura que pasaba por la esquina, le pidió al conductor que se bajara, se puso él tras el volante y estacionó el vehículo en la puerta del colegio para que funcionara como escudo y así permitir que pudieran entrar los médicos que habían llegado en decenas de ambulancias.

De a poco, escapando de la zona de fuego, sacando a los heridos por la parte de atrás del edificio, la policía fue entendiendo los sucesos. Pese a la enorme cantidad de balas, 30 cinturones de proyectiles, había un solo tirador.

Buscando a la tiradora

No tardaron demasiado en determinar de donde provenían los disparos. De la casa de la vereda de enfrente a la escuela. Tampoco pasaron demasiados minutos hasta que alguno recordó que unos meses antes, la adolescente que vivía en esa casa había disparado con un rifle de aire comprimido contra los vidrios de la escuela. En esos frenéticos y terribles minutos se develó el misterio. El que disparaba no era un ex combatiente, ni un delincuente con otro objetivo ulterior. Era una adolescente con aspecto aniñado, que había pasado, pocos años antes, por esas aulas: Brenda Spencer, la chica de 16 años que vivía sola con su papá en la casa de enfrente.

Era una chica flaquita, con anteojos, pelo largo enrulado y rojizo, que pasaba mucho tiempo sola en su casa, esperando que el padre llegara del trabajo y del bar.

El jefe del operativo se negaba a aceptar la realidad. Estaba convencido que una joven era incapaz de provocar tanto daño. Se terminó de convencer cuando la vio apostado en una ventana, apuntando contra el operativo de evacuación de la escuela. Brenda apuntaba a su blanco y sonreía.

El grupo Swat se puso al frente de la crisis. Los chicos heridos fueron llevados al hospital y los otros, con paciencia y cautela, fueron alejados del lugar, del alcance de las balas de Spencer. Gran parte del trabajo de la policía consistió en contener a los padres desesperados que se acercaban al lugar tras escuchar las noticias en la radio y querían atravesar los distintos cercos de seguridad para rescatar a sus hijos.

A esa altura se sabía que tanto Burton Wragg, el director, como Mike Suchar, el hombre de mantenimiento, los dos hombres que intentaron proteger a sus alumnos, habían muerto.

Un negociador se puso en contacto con Brenda para convencerla de arrojar el arma y entregarse. La chica no parecía dispuesta a hacerlo. Cada tanto volvía a disparar. Los especialistas se preguntaban cuántas balas tenía en su poder. Las negociaciones se extendieron por 6 horas. Ella no cedía. Amenazaba continuar con su matanza. Las municiones parecían no tener fin.

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