NY Times: Cómo cuatro líderes están poniendo al mundo patas arriba

NY Times: Cómo cuatro líderes están poniendo al mundo patas arriba

Banderas Israel, Estados Unidos, Rusia y China (Getty Images)

 

 

 

Desde que supe que en 1947 Walter Lippmann popularizó el término “Guerra Fría” para definir el conflicto emergente entre la Unión Soviética y Estados Unidos, pensé que sería genial poder nombrar una época histórica. Ahora que la posguerra fría ha expirado, la posguerra fría en la que hemos entrado está pidiendo a gritos que le pongamos nombre. Así que aquí va: Es la era de “Ese no era el plan”.

THOMAS FRIEDMAN // THE NEW YORK TIMES

Lo sé, lo sé, no suena muy bien -y no espero que se me pegue-, pero es muy acertado. Me topé con ella en un reciente viaje a Ucrania. Hablaba con una madre ucraniana que me explicó que, desde que empezó la guerra, su vida social se había reducido a cenas ocasionales con amigos, fiestas de cumpleaños de los niños “y funerales”. Después de escribir su cita en mi columna, añadí mi propio comentario: “Ese no era el plan”. Antes del año pasado, los jóvenes ucranianos disfrutaban de un acceso más fácil a la UE, se embarcaban en start-ups tecnológicas, pensaban dónde ir a la universidad y se preguntaban si ir de vacaciones a Italia o a España. Y entonces, como un meteoro, llega esta invasión rusa que pone sus vidas patas arriba de la noche a la mañana.

No está sola. Los planes de mucha gente -y de muchos países- se han vuelto completamente locos últimamente. Hemos entrado en una era posterior a la Guerra Fría que promete poco de la prosperidad, previsibilidad y nuevas posibilidades de la época posterior a la Guerra Fría de los últimos 30 años, desde la caída del Muro de Berlín.

Hay muchas razones para ello, pero ninguna es más importante que la labor de cuatro líderes clave que tienen una cosa en común: cada uno cree que su liderazgo es indispensable y están dispuestos a llegar a extremos para aferrarse al poder tanto como puedan.

Me refiero a Vladimir Putin, Xi Jinping, Donald Trump y Benjamin Netanyahu. Los cuatro -cada uno a su manera- han creado trastornos masivos dentro y fuera de sus países basados en el puro interés propio, más que en los intereses de sus pueblos, y han hecho mucho más difícil que sus naciones funcionen con normalidad en el presente y planifiquen sabiamente el futuro.

Por ejemplo, Putin. Empezó como una especie de reformador que estabilizó la Rusia post-Yeltsin y supervisó un auge económico, gracias a la subida de los precios del petróleo.

Pero entonces los ingresos del petróleo empezaron a caer y, como describe el especialista en Rusia Leon Aron en su libro de próxima aparición “Riding the Tiger: Vladimir Putin’s Russia and the Uses of War”, Putin dio un gran giro al comienzo de su tercera presidencia en 2012, después de que estallaran las mayores concentraciones anti-Putin de su mandato en 100 ciudades rusas y de que su economía se estancara. La solución de Putin: “Cambiar la base de la legitimidad de su régimen del progreso económico al patriotismo militarizado”, me dijo Aron, y culpar de todo lo malo a Occidente y a la expansión de la OTAN.

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