Las últimas horas del zar Nicolás II y su familia antes de morir en una brutal ejecución de balas y sablazos

Las últimas horas del zar Nicolás II y su familia antes de morir en una brutal ejecución de balas y sablazos

El destronado zar Nicolás II, su mujer, Alejandra, el heredero del trono, el zarévich Alexis, de 13 años y las hijas mayores, Olga, de 22 años, Tatiana, de 21, María, de 19 y Anastasia, de 17, serían masacradas en un sótano de la casa que les servía de prisión

 

 

 





La mañana del día en el que iban a ser asesinados, la familia imperial rusa, presa de la triunfante Revolución Bolchevique, pasó un día normal, sin sospechar siquiera que era el último de sus vidas. Esa noche, el destronado zar Nicolás II, su mujer, Alejandra, el heredero del trono, el zarévich Alexis, de 13 años y las hijas mayores, Olga, de 22 años, Tatiana, de 21, María, de 19 y Anastasia, de 17, serían masacradas en un sótano de la casa que les servía de prisión, en Ekaterimburgo, junto a cuatro de sus asistentes, entre ellos el médico personal de Alexis, que era hemofílico.

Por Infobae

Fue una carnicería ejecutada por una banda de asesinos, algunos alcoholizados, comandada por un criminal local, Yákov Mijáilovich Yurovski, jefe de la temible Checa local. Dice de él el historiador Richard Pipes: “Un individuo siniestro, lleno de resentimiento y frustraciones, un tipo humano que por aquellos días se sentía atraído hacia los bolcheviques”. La Checa, o Comisión Extraordinaria Panrusa, escudaba bajo ese nombre rimbombante al organismo de inteligencia política y militar creado por los soviéticos en 1917, que había reemplazado a la también temida “Ojrana” zarista, aunque había copiado sus métodos y en algunos casos había usado a los mismos asesinos y torturadores del zar. La Checa tenía como misión amplísima, y con poderes casi sin límites legales, “suprimir y liquidar todo acto contrarrevolucionario o desviacionista”. Era el terror. Y duró mucho. Extendió sus garras hacia la naciente Unión Soviética, encarnó en el estalinismo y tiene vigencia hoy en la Federación Rusa que comanda Vladimir Putin: en la última semana y en poco más de veinticuatro horas, fueron asesinados en misteriosos incidentes, tres generales.

La Rusia de entonces era un caos. La famosa “Revolución de Octubre” de 1917, que pasó a la historia cómo la que barrió al zarismo del poder, no fue tal. El zar había sido destronado por una revolución popular en febrero de ese año: había salido a inspeccionar a las tropas enfrentadas a Alemania en el frente oriental de la Primera Guerra Mundial, y cuando regresó, dos semanas después, era un simple ciudadano bajo arresto domiciliario. El poder había pasado a manos de Alexander Kerenski, primer ministro del nuevo gobierno provisional. Los bolcheviques liderados por Lenin desalojaron a Kerenski en octubre y desataron una sangrienta guerra civil bajo los postulados de Carlos Marx, que luego adaptaron también a su antojo. Eran los “Rojos” que se lanzaron contra los “Blancos”, una coalición amplísima de conservadores y liberales, algunos favorables a la monarquía, otros ligados a la Iglesia Ortodoxa Rusa, unidos, empastados más bien, con socialdemócratas, socialistas revolucionarios y “mencheviques”, enemigos jurados de los comunistas.

En ese caldo se cocinó el destino de la familia imperial. El zar, que alguna vez dijo que nunca había querido serlo, había gobernado casi a los tumbos un imperio que había empezado a descascararse bajo una brutal crisis económica y un régimen de terror implantado contra el campesinado y la naciente clase obrera. Se había casado con Alix de Hesse Darmstadt, alemana y nieta favorita de la reina Victoria de Inglaterra, que era portadora de hemofilia y la había transmitido a su hijo y heredero del trono. Los dramas provocados por la frágil salud del chico, dieron lugar a la aparición en la corte de un hechicero, sacerdote, libertino, borrachín y charlatán, Rasputín, que había desmoronado el prestigio de la familia real, cercada además por una guerra mundial que marchaba muy mal y una pobreza extrema a la que los zares parecían ajenos, cuando no indiferentes.

Una zarina alemana, cuando Rusia estaba en guerra con ese país, no parecía lo más apropiado. Pero el zar Nicolás y el Káiser Guillermo eran primos. Antes de la guerra, se enviaban cartas que empezaban “Querido Nicky” o “Querido Willy”. Ahora, Nicky y Willy estaban enfrentados a muerte y hasta era posible que el emperador alemán hubiera financiado el viaje de Lenin de su exilio en Suiza a San Petersburgo, hubiera garantizado su entrada a Rusia y hubiera pagado algunos otros gastos vitales para impulsar el derrocamiento de Nicolás II.

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