“No tenía fuerzas para enterrar a mi hija”: el crudo testimonio de una familia somalí en medio de la peor sequía de su historia

“No tenía fuerzas para enterrar a mi hija”: el crudo testimonio de una familia somalí en medio de la peor sequía de su historia

Dahir, de 11 años, con su pequeña hermana y su madre. Su hermano Salat, de 10 años, murió de hambre.

 

 

 





Cada vez más niños están muriendo en Somalia en medio de la peor sequía que ha azotado al país en 40 años. Funcionarios del gobierno dicen que una catástrofe aún mayor podría ocurrir en cuestión de días o semanas, a menos que llegue más ayuda.

Por BBC Mundo

Las lágrimas se deslizaron por las mejillas hundidas por el hambre de Dahir, de 11 años.

“Solo quiero sobrevivir a esto”, dijo en voz baja.

Sentado junto a la carpa improvisada de la familia, en la polvorienta llanura a las afueras de la ciudad de Baidoa, su agotada madre, Fatuma Omar, le dijo que no llore.

“Tus lágrimas no traerán de vuelta a tu hermano. Todo estará bien”, afirmó.

El segundo hijo de Fatuma, Salat, de 10 años, murió de hambre hace dos semanas, poco después de que la familia llegara a Baidoa desde su pueblo, tras caminar durante tres días.

El cuerpo de Salat está enterrado en tierra rocosa a pocos metros de su nuevo hogar. La tumba ya está cubierta de basura y es cada vez más difícil de detectar a medida que familias recién llegadas acampan a su alrededor.

“No puedo hacer el duelo por mi hijo. No hay tiempo. Necesito encontrar trabajo y comida para mantener con vida a los demás”, dijo Fatuma, mientras acunaba a su hija menor, Bille, de nueve meses, y se daba vuelta para mirar a su hija de seis años, Mariam, que tenía una tos áspera.

Al otro lado del camino de tierra que gira hacia el sureste, hacia la costa y la capital de Somalia, Mogadiscio, otras familias desplazadas contaron historias sombrías de largas caminatas a través de un paisaje de tierra quebrada por la sequía en busca de alimentos.

“No tenía fuerzas para enterrar a mi hija”

Un sondeo mostró que casi dos tercios de los niños pequeños y las mujeres embarazadas en los campamentos sufren de desnutrición aguda, lo que, unido a una alta tasa de mortalidad, indicaría que debería haberse declarado a nivel local una hambruna.

“Vi morir a mi hija (Farhir, de tres años) antes ante mí y no pude hacer nada”, dijo Fatuma, quien caminó durante al menos 15 días con sus nueve hijos desde un pueblo llamado Buulo Ciir para llegar a Baidoa.

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