Luis Barragán: Nelson Chitty y el parlamento del Siglo XX

 

En el siglo pasado, fue algo común que distintas entidades no gubernamentales y académicas del mundo, indagaran también sobre las características de nuestro parlamento y de los propios parlamentarios, sopesando niveles de preparación, experiencia, relacionamiento ciudadano, calidad oratoria, iniciativas legales, entre otros factores. Recientemente, un grupo de trabajo de una universidad europea que todavía no quiere publicitar el propósito y las características de su investigación, contactó y encuestó al suscrito, sin que sepamos de otros colegas venezolanos efectivamente contactados y encuestados, para una muestra – se nos dijo – del funcionamiento del poder legislativo en los países andinos.





Inevitable reminiscencia, por supuesto, nos retrotrajo a los tiempos de la militancia política juvenil en los que frecuentábamos los palcos del Congreso de la República: al inicio, por la movilización de los integrantes del partido de adscripción del jefe de la bancada que participaría en el debate abierto a raíz del mensaje anual del presidente de la República a ambas cámaras en sesión conjunta, y, luego, por una afición personal que a través de los años se convirtió en una vocación Todavía conservamos un pequeño texto voluntario sobre el parlamento, hecho muy después, consultado y corregido por el entonces diputado Gustavo Tarre, destinado a otro profesor que efectivamente nos daba la materia constitucional.

Del liceísta que acudía a buscar material proselitista en la fracción parlamentaria ubicada en el edificio La Perla, obsequiado con gruesos tomos contentivos de los diarios de debate que, a veces, leíamos con interés, y, muy otras, nos aburrían, nos convertimos en el cursante universitario que se habituó también a la única biblioteca existente en el Congreso, dirigida por la Lic. Miriam Serrano, desde muy principios de los ochenta del veinte. Para mediados de ésta década, ya desempeñábamos la dirección de secretaría de la Comisión de Medios, por entonces, presidida por Julio César Moreno, en la que supimos de un duro desempeño opositor frente a un gobierno censurador y peligroso, captando buena parte de las destrezas que imponía una labor a un nivel en el que se palpaba cercana y realmente al parlamento en acción.

Remoto aprendizaje, nos permitió en la presente centuria desenvolvernos en comisiones reglamentariamente integradas según la voluntad del presidente de la corporación asamblearia y, aunque nos preparamos antes para la reforma de las leyes militares, tuvimos que adversar, al final, en los hechos, solitariamente, el proyecto oficialista de Ley de Cultura, promover reformas a la del libro o a la de los archivos oficiales, hasta que nos trasladaron de la Comisión Permanente de Cultura a la de Política Exterior, por escasos meses, abrazada ya la causa esequibana. De pronto, el cambio fue para Administración y Servicios en la que estaban trillados los problemas del trasporte público, terrestre y aéreo, encontrando camino propio con materias como la del comercio electrónico, el correo postal y las operadoras de telefonía digital.

Volviendo a los noventa, a mitad de la década, aceptamos la asesoría de la dirección de la fracción encabezada por Nelson Chitty La Roche, en la que estuvimos tres años, aunque fue con César Pérez Vivas al frente de la bancada que, luego, nos correspondió ejercer la dirección de secretaría de la bancada socialcristiana, por nueve largos meses, en las peores condiciones, nada más y nada menos que explicadas por el complicadísimo, riesgoso y desafiante proceso y cierre efectivo del Congreso, finalmente acaecido en enero de 2000. Digamos de un largo período de aprendizaje y entrenamiento que modestamente nos sirvió para afrontar los retos de la Asamblea Nacional en el presente siglo, añadida la violencia abierta y descarada ejercida entre 2011 y 2015 contra la minoría opositora que, con todo, fue peor que la ocurrida luego de 2016.

No hay lugar a dudas, el parlamento del siglo XX fue superior respecto al del XXI, por varias razones que, faltando poco, hemos constatado en los viejos diarios de debates que nos acostumbramos a leer en los archivos históricos sobrevivientes, hasta que le quitaron su sede natural a la Asamblea Nacional que preside Guaidó. Nos valemos de un ejemplo para demostrarlo, no sólo por la calidad de los discursos y el coraje de las investigaciones adelantadas por los congresistas, sino por un dato que es fundamental: el cabal reconocimiento a las inmunidades parlamentarias, que respetó por casi cinco años el presidente Betancourt, intentando allanar infructuosamente una y otra vez, a diputados metidos hasta los tuétanos en la insurrección armada, como lo reconocieron a la vuelta de las décadas, hasta lograr hacerlo con cinco de ellos, flagrantemente involucrados en actos como el de llenar de tachuelas y abalear anárquicamente a la ciudad capital (https://lbarragan.blogspot.com/2013/04/las-otras-elecciones-luis-barragan-un.html; https://lbarragan.blogspot.com/2013/05/normal-0-21-false-false-false-es-ve-x.html), o el de atentar contra la vida de personas inocentes del tren de El Encanto (https://lbarragan.blogspot.com/2013/07/vicisitudes-parlamentarias-3.html; https://lbarragan.blogspot.com/2013/04/inmunidad-parlamentaria-ficcion-y.html), a semanas de las elecciones de 1963.

Un Congreso de muchas fallas y errores, pero cabal expresión del más convincente pluralismo político que igualmente se explicaba por la existencia e institucionalización real de las fracciones parlamentarias, desde las más numerosas hasta la curiosamente unipersonal que, por cierto, trajo un problema curiosísimo como fue la pelea entre el único diputado principal del MEP y su suplente, por la oficina, hacia 1987, si le memoria no falla. No era fácil dirigir una fracción y, mucho menos, el Congreso, en los años en los que se formó la llamada triple alianza frente al segundo gobierno de Caldera, cuando – precisamente – laboramos en un esfuerzo apasionante que, valga el detalle, nos llevó a innovar en materia legislativa siendo internet apenas una noticia entre los entendidos, como lo dijimos al principiar una intervención a cámara plena en 2014 (https://www.youtube.com/watch?v=daAf18tfy2M).

Lo repetimos en la encuesta anteriormente citada: lo poco que sabemos del desempeño, la iniciativa, la rivalidad, la estrategia y el sentido de oportunidad, en las lides parlamentarias, dentro y fuera del hemiciclo, lo aprendimos fundamentalmente por esos años de ardua labor realizada con el otrora jefe de la fracción parlamentaria socialcristiana, Nelson Chiity La Roche que, por cierto, fue portador de una idea renovadora de las labores, al impulsar sendos seminarios internacionales, siendo el más emblemático el de la antipolítica; emblemático y precursor, añadiríamos. Concepción muy propia del parlamento del XX, nos sirvió para esta particularidad del XXI que ha sesionado en las plazas públicas y en las redes digitales, con un número importante de exiliados, dándonos las herramientas sustanciales, como la suficiente humildad en nuestras labores.

Chitty La Roche, ya había presidido con éxito la Comisión de Contraloría, teniendo que enfrentarse también a toda la ralea de los corruptos que denunció por la calle del medio, protagonizando un importante hito histórico, y concebía el parlamento como una institución en la que todos tenían la mínima obligación de entenderse, sin confundir las diferencias políticas con las personales (excepto el tratamiento con delincuentes), ni renunciar a la defensa apasionada de la libertad. Al mismo tiempo, ganada la cátedra por concurso de oposición, buscaba el tiempo indispensable para impartir derecho constitucional, probadas en la práctica aquellas nociones fundamentales de los tratadistas, tratando de darle densidad a una disciplina que todavía no ha cobrado toda la atención necesaria en el país, como es la del derecho parlamentario. Empero, no fue el diputado distante, ajeno a los avatares de la vida común y ciudadana.

En una ocasión, un diputado emerrevista, electo en 1998, denunció a la oposición por elitista, clasista, antipopular y es de imaginar los otros dicterios, acusándola de no conocer a los sectores populares. Tomó la palabra el diputado Chitty La Roche y después de despachar los asuntos esenciales que ligeramente tocó su predecesor, desde la tribuna de oradores le hizo un recorrido completo por las barriadas populares de Caracas, con nombres y apellidos de su gente y de los amigos entrañables de años, identificando calles, callejuelas, casas y ranchos de los que no tenía la menor idea el parlamentario que estrenaba la defensa de un gobierno que a lo mejor lo hizo multimillonario con el tiempo.

Ahora nos percatamos de otro detalle: en los años de activo parlamentario, no dejó Nelson de reflexionar en la diaria prensa y en los medios especializados, vieja costumbre que no hemos abandonado, incluyendo cinco artículos debidamente arbitrados que tienen por fondo la inquietud parlamentaria. Luego, a modo de conclusión, propio del dirigente político de la modernidad que luce muy superior al de la postmodernidad, el parlamento del siglo XX será necesario para una reconstrucción del parlamento del siglo XXI que lo perfeccione.