La capa de ozono mejora, pero el cambio climático puede “alterarla”, afirma especialista

La capa de ozono mejora, pero el cambio climático puede “alterarla”, afirma especialista

La capa de ozono es una franja “frágil” de gas que protege a nuestro planeta de los efectos nocivos de los rayos solares, y este año se cumplen 35 años de la firma del acuerdo.

 

 

 

La capa de ozono continúa mejorando y “ha empezado a decrecer” el volumen de las sustancias que la agotan (SAO), aunque no lo hace del todo por culpa de “las alteraciones de temperaturas provocadas por el cambio climático”, ha explicado a EFE el director del Servicio de Vigilancia Atmosférica de Copernicus, Vincent-Henri Peuch.

Peuch ha mostrado su satisfacción por el hecho de que “el Protocolo de Montreal se está aplicando”, pero al mismo tiempo ha reconocido su preocupación porque “existe una conexión entre el agujero en la capa de ozono y el cambio climático”, factor este último que “complica” la situación, pues las temperaturas diferentes de la media inciden en los niveles de ozono.

Este experto ha aprovechado el Día Internacional de la Preservación de la Capa de Ozono, que hoy se conmemora, para felicitarse por este acuerdo internacional firmado en 1989, que ha permitido reducir las emisiones mundiales ocasionadas por componentes químicos de uso común como los hidroclorofluorocarbonos (HCFC) y los clorofluorocarbonos (CFC) presentes en aerosoles, disolventes, refrigerantes y fertilizantes.

Los SAO incluyen también otras sustancias como los halones, el bromuro de metilo, el bromoclorometano, el metilcloroformo, el tetracloruro de carbono o los hidrobromofluorurocarbonos.

Tal y como recuerda la ONU en su web, la capa de ozono es una franja “frágil” de gas que protege a nuestro planeta de los efectos nocivos de los rayos solares, y este año se cumplen 35 años de la firma de “uno de los acuerdos medioambientales de mayor éxito” para remediar “una de las mayores amenazas a las que se había enfrentado la humanidad: el agotamiento de la capa de ozono”.

El Protocolo de Montreal fue redactado en septiembre de 1987 tras los trabajos previos de una treintena de países que condujeron a formalizar el Convenio de Viena dos años antes.

Peuch considera que la aplicación correcta del acuerdo “puede ser inspiradora” también para la lucha contra el cambio climático: “si pudiéramos sólo informar a los países de la lucha contra las emisiones de CO2, puede llegar a ser muy efectivo”, ya que en ambos casos “sabemos exactamente qué se necesita hacer: parar y mitigar”.

El CAMS monitoriza los cambios asociados al agujero en la capa de ozono y analiza indicadores como el tamaño, la profundidad y la temperatura del mismo cada año, pero “de un año a otro hay variabilidad en función de las condiciones atmosféricas y del cambio climático”.

Así, en el año 2000 este servicio detectó “el agujero más grande” mientras que en 2019 fue tan pequeño que “no se llegó a formar completamente” y en 2020 y en 2021 “no fueron los de mayor tamaño pero sí los que más duraron” en el tiempo.

Para determinar su estado actual “es crucial esperar hasta principios de octubre y ver cómo se ha desarrollado”, puesto que es en esta época del año cuando el agujero disminuye y se puede evaluar correctamente su estado.

La importancia del Protocolo de Montreal es considerable, según Peuch, ya que si no existiera este convenio “la capa de ozono estaría dañada permanentemente y causaría muchos daños”, tanto en la salud de las personas como en la del resto del planeta.

Por este motivo, insiste en “continuar reforzando” las medidas incluidas en este acuerdo que incluyen la prohibición de los componentes nocivos para la capa de ozono, encargada de “proteger a la Tierra de las radiaciones solares más dañinas”.

El agujero sólo desaparecería por completo “si se volviera a niveles preindustriales” de actividad, ha indicado, pero con el control actual los científicos prevén que “probablemente entre 2060 y 2070” se estabilice su estado una vez que las sustancias destructoras de ozono hayan reducido considerablemente su presencia en la atmósfera.

EFE

 

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