Alfredo Maldonado: Los enanos perniciosos de Putin

Alfredo Maldonado: Los enanos perniciosos de Putin

Llegó al poder al comenzar esta década, en mayo del 2000, cuando los rusos pensaban que todo se iba al carajo, que Yeltsin era un tipo simpaticazo y poco peligroso rodeado de enemigos –pensaban algunos- o de necios aprovechadores pensaban otros.

Vladimir Vladimirovich Putin es abogado, que ya es algo, pero su formación real, profunda, y que llamó de inmediato la atención de analistas, periodistas y demás habladores, fue en la KGB, la policía de espionaje y contraespionaje capaz de cualquier cosa y alguna más, eterna rival de la CIA estadounidense y del Mossad israelí .que dicen que mejor.

También llamó la atención que andaba emparejado –a estas alturas no sabemos si ese amor sigue vigente, y no estamos hablando de homosexualidad sino de propaganda política- con un político bastante más joven que él, Dmitri Anatólievich Medvédev. Ante los rusos que veían a su país irse disolviendo, Putin y Medvédev surgieron como la pareja perfecta, Putin para las profundidades y oscuridades de las cucarachas, Medvédev para los vuelos de los zancudos. Pasado el tiempo ya se sabe o se intuye qué pasó.





La pareja perfecta se presentó ante los rusos nerviosos como la gran solución para Rusia. Medvédev como Presidente, figura joven, europea, bien parecida; Putin como el duro, organizador, serio, disciplinado, conocedor de secretos y reservado como buen resultado de la KGB, entrambos recogerían las ruinas de Rusia y la ensamblarían nuevamente como gran potencia mundial, productora de petróleo y gas en grandes cantidades, de trigo y cereales para la alimentación del mundo, de aviones de combate y de pasajeros, misiles y los eternos Kaláschnikov, fusil de asalto aguantatodo y favorito de terroristas, fanáticos y delincuentes.

Pasado el tiempo Putin remodeló y reestableció –los ambientes en los palacios de tiempos pasados favorecen esa sensación- el prestigio y poder automático, omnímodo, emoción pura de Zar de todas las Rusias, una mezcla del europeísta Pedro el Grande, el brutal Iván el Terrible y la clásica, tradicional y poderosa Catalina la Grande, todos integrados en este nativo de San Petersburgo que hablaba sin tapujos de la grandeza rusa.

Si es comunista o no, es asunto poco importante, que usa los métodos comunistas es otra cosa. Restableció el orgullo del ejército, reconstruyó el orgullo ruso dinamizando la fuerza industrial pero sólo en manos del Estado y de amigos leales, muchos de ellos provenientes de la misma fuente KGBiana, que manejasen las empresas y se enriquecieran con ellas, pero sin discutir con el dueño oculto, el Estado. O sea, el moderno Zar, el dictador –Presidente o primer ministro, poder es poder- Vladimir Putin a quien los dirigentes del mundo no veían con escaso miedo y muchas risas como a Boris Yeltsin, sino con la seriedad del caso, se le tomaba en cuenta.

Y que no tiene el menor recato nn asesinar a quien le moleste.

Sabía y sabe, aunque no estamos seguros de su entendía y entiende, que tiene un enorme país con una economía de tercer mundo. Reconstruyó el ejército, sacó las grandes fábricas militares de Ucrania y las instaló a su alcance en Rusia, se adueñó de media Ucrania conquistando por la fuerza la enorme península de Crimea donde dejó y mantiene la moderna y poderosa base de Sebastopol que le garantiza la salida marítima por el Mar Negro hacia el Mediterráneo y el Océano Atlántico (¿tendrá alguna vez Turquía los cojones de cerrar el estrecho del Bósforo?, con Erdogan nunca se sabe), y empezó a aplicar una política de expansión como contraoferta a Estados Unidos, trampa y escenario en los cuales, aparte de otros acomplejados, cayeron ya cada uno en sus tiempos Hugo Chávez y Nicolás Maduro.

Y entonces decidió –comprendió, si usted prefiere- que la rica Europa se expandía hacia las fronteras rusas y no al revés. Para prensar a los europeos sólo tenía el gas, principalmente la siempre potente Alemania, donde Berlín fue ingenua y creyendo que los rusos pensaban más en dólares que en geopolítica, confiaron toda su industria y su calefacción al gas ruso, ingenuidad que ahora tratan desesperadamente de recomponer.

Putin, ruso de profundidad y formado por la KGB, lanzó unas cuantas alertas diplomáticas con tonalidades matonescas, y después invadió Ucrania por la cuestión de las fronteras de lo ruso.

Fue entonces cuando al circo de Putin le crecieron los enanos y le engordaron los trapecistas. La que iba a ser una guerra relámpago en Ucrania, se le ha convertido en un costoso, lento, desgastante y muy áspero conflicto con Estados Unidos y Europa. Y la paz y seguridad de los rusos en la Rusia de Putin, sigue siendo materia en discusión con una delincuencia que ha fortalecido su poder y estructura al estilo mafioso.

Dentro de este renovado panorama de azares, su Marina sigue siendo costera, muchos de sus equipos militares han revelado fallas a posibles nuevos clientes, sus tropas ni son suficientes en efectivos ni tiene tantos profesionales eficaces que permitan un adecuado sistema de rotación y descaso, esencial en la que ya es una larga guerra de desgaste.

Entretanto, y es otra historia, hay dos grandes circos que crecen, el estadounidense y en segundo lugar el chino, un tercero del llamado Indopacífico y algunos nuevos con grandes perspectivas con Australia al sur como mega protagonista ayudada y en parte financiada por el estadounidense.

Y el europeo, que prueba los aromas del crecimiento sin preocuparse mucho por el ruso.