Las historias más terribles de las groupies: un tiburón, penes de yeso, orgías interminables y abusos

Las historias más terribles de las groupies: un tiburón, penes de yeso, orgías interminables y abusos

Pamela des Barres es, probablemente, la groupie más notoria de la historia. Sus conquistas alcanzarían para cubrir el Salón de la Fama del Rock and Roll (Catherine McGann/Getty Images)

 

En febrero de 1969, la revista Rolling Stone, todavía en blanco y negro, publicó en su portada la foto de una chica joven, hermosa e ignota, con rulos, una sonrisa seductora y ojos vivaces. No era la revelación del rock de ese año, ni una cantautora que prometía ser la nueva sensación. Era la representante de un nuevo fenómeno. O de algo no tan nuevo pero que se manifestaba abierta y masivamente en esos tiempos: las Groupies.

Por infobae.com





Las chicas aullantes las habían padecido o disfrutado, según el caso, Frank Sinatra y después Elvis y sus movimientos pélvicos, entre otros. El paroxismo de esa locura se produjo con la Beatlemanía. Gritos que tapaban a los músicos en los recitales, autos a punto de ser dados vueltas cuando intentaban andar por la calle, amontonamientos en cada movimiento público, largas filas de chicas en la entrada del backstage en los shows e intrusas que lograban superar la seguridad para colarse en las habitaciones de hotel para ofrecerse a los músicos.

Con el auge de las demás bandas, con las giras y los músicos de rock convertidos en insuperables sex symbols, el fenómeno se expandió. Y la Rolling Stone lo nombró y lo hizo visible.

Las groupies seguían a sus cantantes y bandas a cada lugar al que tocaban. Trataban de colarse en los camarines o en el hotel. Había varios etapas. Algunas conseguían tener algún contacto sexual fugaz con su ídolo en el lugar del recital, en un rincón detrás del escenario, en el camarín, o en camioneta mientras emprendían el regreso. Otras conseguían ser llevadas a la fiesta posterior al show y pasar la noche con su conquista. El premio mayor era ser incorporadas a la gira, ser una más, sin función alguna, del personal del tour.

Pero el acceso no era sencillo. Las dificultades eran numerosas. Las rivales se multiplicaban: eran muchas las jóvenes que deseaban acceder a los músicos; la seguridad era cada vez más estricta; y, en muchas ocasiones, había que pagar una especie de “peaje”, acceder a tener relaciones con miembros del entorno para ir ascendiendo en la pirámide de la banda. Muchas fueron por el front man y tuvieron que conformarse con un plomo o uno de los coristas.

Pamela des Barres vendría a ser la reina madre de las groupies. Ella fue de las primeras en singularizarse dentro de esa masa excitada de chicas en busca de rockeros y sexo, de acceder a un mundo vedado, algo mágico y peligroso. Consiguió lo que las demás también buscaban pero sólo pocas consiguieron: fama.

Al principio la emoción del momento, la adrenalina de lo prohibido y la calentura sexual alcanzaban. La notoriedad no era algo tan deseado: el sexo libre no tenía tan buena prensa. Pamela sostenía que la gente las criticaban porque querían estar en su lugar. Deseaban tener hombres hermosos y deseados a su lado, conseguir pases para el backstage, divertirse y vivir una gran vida. “No somos prostitutas. Nos gusta el glamour”, afirmaba.

Pamela escribió varios libros sobre sus experiencias como groupie. El primero de ellos, I’m With The Band (Estoy con la banda, la muletilla que orgullosas esgrimían ante los guardias de seguridad para ingresar en las zonas vedadas en los shows) se convirtió en una especie de clásico. El último, Let’s Spend The Night Together, es como un catálogo de su gremio; son entrevistas a otras groupies célebres de la historia del rock.

Pamela en su infancia idolatraba a Elvis y a los Beatles. Su sueño era conocerlos. Paul McCartney era su amor imposible. Luego su atención se corrió hacia los Rolling Stones: Mick Jagger se convirtió en su objeto de deseo. Un compañero de colegio le presentó al Captain Beefheart. Ese fue su ingreso al mundo del rock. Él le presentó a Bill Wyman, el bajista de los Stones. Pamela todavía estaba en la escuela secundaria. Se convirtió en una especie de celebridad del mundo del rock en California.

Salió con Jagger, con los Byrds, con Gram Parsons, con Morrison, con Jimmy page y Robert Plant –sucesiva o simultáneamente-, con músicos country como Waylon Jennings y con personajes de Hollywood como Woody Allen o Don Johnson (como se ve sus gustos eran amplios). Sus conquistas alcanzarían para cubrir el Salón de la Fama del Rock and Roll.

Pamela es uno de los modelos tomados para cincelar el personaje de Penny Lane (interpretada por Kate Hudson) de la película Casi Famosos de Cameron Crowe. Ella como groupie más célebre se convirtió en un espejo casi inevitable. Tanto es así que cuando se estrenó al película, Pamela reconoció ser explícitamente reconocida como fuente de inspiración: no quería pasar desapercibida. Aunque ese personaje está basado en las historias de muchas chicas seguidoras de las bandas de principios de los setenta, la otra inspiración más cercana, lo delata hasta el nombre, es Pennie Lane Trumbull, líder de las Flying Garthers Girls, conjunto de groupies que viajaban por Estados Unidos siguiendo a sus bandas favoritas (las más exitosas y deseadas) e integrando su entorno. Un elenco estable de groupies siempre dispuestas a estar de fiesta después de los recitales.

No se esperaba demasiada fidelidad ni de parte de la estrella de rock ni tampoco de las chicas que, sabiendo que podían ser “descartadas” en cualquier momento, preferían engrosar su colección de nombres y experiencias.

El personaje de Kate Hudson en Casi Famosos tiene un monólogo en el que se establece casi una filosofía de la groupie. Ellas estaban allí para alimentar a los músicos, para que la música fuera posible: eran sus musas.

En esa lucha por distinguirse, por el acceso restringido que cada vez tenía más postulantes, Cynthia Caster Plaster Albritton encontró un método original para conseguir llegar hasta los músicos y, a la vez, conjugarlo con su vocación, las artes plásticas. Se dedicó a coleccionar miembros viriles de músicos reconocidos. No era una mutiladora. Tan sólo sólo una groupie con aficiones artísticas.

Sus aventuras sexuales quedaron inmortalizadas. De cada incursión en las camas rockeras, se llevaba un recuerdo para su colección. Hacía moldes de yeso de los miembros de cada pareja sexual célebre. El catálogo de penes famosos tiene más de 75 piezas. El tour manager de Led Zeppelin, varios de los integrantes de MC5 y de los Mother of Invention de Zappa fueron algunos de los modelos vivos. La estrella de la colección, por la celebridad y tamaño, es el de Jimi Hendrix. Pero aclara que mantuvo relaciones con muchas más que los que aceptaron posar.

Cynthia venía de una familia católica, muy conservadora. Era tímida. En una clase de arte un profesor les encomendó realizar una figura de yeso de algo sólido, que pudiera mantener su forma. Debía utilizar arena y agua. Junto a una amiga decidió cumplir con la tarea y satisfacer sus instintos sexuales al mismo tiempo. El primer recital al que fueron a probar su método de acceder a sus músicos favoritos fue el de Paul Revere and The Raiders. Los músicos aceptaron encantados y ella tuvo su debut sexual con el líder de la banda, Mark Lindsay. Pero la fórmula de agua y arena sólo produjo un enchastre y algunas risas pero no la escultura. Así que las chicas dedicaron el resto del fin de semana a probar diferentes variantes con sus compañeros de curso, hasta que dieron con un material que utilizaban los odontólogos con el que hacían prótesis provisorias.

Hendrix dijo que sí de inmediato. En la habitación se dejó su camisa estampada y se sacó los pantalones. Como fue de los primeros, todavía no tenían en claro cuáles eran los problemas que afrontaban. Uno de ellos era que debían tener cuidado que los vellos púbicos no se pegaran en el material porque la extracción era muy dolorosa: depilación con yeso.

Durante mucho tiempo persiguió a Eric Clapton mientras estaba en Cream. El guitarrista mantuvo relaciones con Cynthia pero ella no logró convencerlo de que oficiara de modelo. Luego, Frank Zappa no aceptó que su virilidad fuera enyesada pero sí ser su mecenas. Financió alguna de sus obras y parte de su colección. Zappa además creó y fue el productor de GTO’s, la primera banda de groupies, que tuvo una carrera demasiado breve: el público no las tomó en serio.

Hace unos años. Cynthia realizó exposiciones con sus célebres penes de yeso. El último de la colección fue el del cantante de la banda indie The Fat White Family. En el nuevo milenio los moldes de sus esculturas fueron los pechos de integrantes de grupos femeninos de rock.

Kiss, más precisamente, Genne Simmons le escribió una canción, aunque ella dice que nunca lo tuvo en su colección. Plaster Caster dice: “And my love is in plaster/ And yes, she’s the collector/ She wants me/ All the time to inject her/ The plaster’s gettin’ harder/ And my love is perfection/ A token of my love/ For her collection” (Y mi amor está en el yeso/ y sí, ella es la coleccionista/ Ella quiere/ que yo la inyecte todo el tiempo/ El yeso se endurece/ Y mi amore s perfecto/ Un pedazo de mi amor/ para su colección). Un pequeño género del rock: las canciones que cuentan historia o aluden a las groupies.

Hace unos años declaró estar retirada. Pero, aclaró, que era una groupie en recuperación. “Todavía me siguen pasando cosas, me sigo enloqueciendo, cuando veo a un hombre bello tocando una canción”.

La mayoría de estas chicas pasaron desapercibidas. En la vorágine de shows y de bandas, eran una más de una gran fiesta sexual que para ellas sería inolvidable pero que para la banda tendría una nueva función la siguiente noche en otro ciudad.

Si sobre todas las bandas se han escrito muchas historias de excesos y de sexo, Led Zeppelin debe ser la que tiene una mitología más nutrida. Televisores por las ventanas, carreras de motos en los pasillos del hotel, habitaciones destrozadas, mensajes satánicos, orgías salvajes e interminables.

Alguna vez Bonzo Bonham y Jimmy Page llenaron una habitación con decenas de groupies. El baterista se disfrazó de mesero y empujando una larga mesa con rueditas les sirvió el banquete a las chicas. Al destapar la mesa se encontraron a Page, desnudo y cubierto de crema.

Pero la historia más legendaria que los músicos nunca desmintieron ni confirmaron es la que se conoce como el Incidente del Mud Shark. En la bañera de una habitación en un hotel de Seattle, los músicos habían hecho un pequeño acuario. Las ventanas del hotel daban directamente a una laguna (hay una célebre foto de los Beatles pescando desde la ventana con una caña). Los Zeppelin, que estaban de gira con Vanilla Fudge, pescaron un pequeño tiburón de un metro y medio de largo. Utilizaron la bañadera como acuario. En medio de la noche, una groupie pelirroja y desnuda fue atada a la cama. Luego abusaron de ella y la penetraron por todos sus orificios con la pesca del día mientras Carmine Appice, el baterista de Vanilla Fudge, filmaba el incidente. Frank Zappa, dos años después, popularizó la situación al narrarla en una canción. Appice confirmó la historia tiempo después.

Steven Tyler salía con una chica de 16 años en los setenta y le pidió a su madre que le firmara la guarda para poder cruzar de estado y no ser detenido. Semanas después le dijo a la joven que quería ser padre e hizo que dejara de tomar pastillas anticonceptivas. Cuando quedó embarazada, la abandonó. Tyler siguió de gira con Aerosmith pero ella ya no integraba la delegación. Luego le exigió que abortara. Todo terrible.

Lori Mattix fue otra groupie célebre. Contó que fue su debut sexual fue con David Bowie, tras un recital del Duque Blanco, cuando ella tenía 13 años en 1973. Lori, que luego salió con varios músicos célebres más, contó en detalle cómo fue esa velada. Aunque afirmó no estar arrepentida: “¿Quién no quisiera debutar con Bowie?”. Lori contó que Peter Grant, el manager de Led Zeppelin, la secuestró cuando tenía 14 años. La metió a la fuerza en una limusina y la llevó con Robert Plant. Ella, dijo, se enamoró al instante. También reveló que Mick Jagger tenía una habitación bondage en una de sus mansiones.

Más cercanos en el tiempo, Anthony Kiedis de los Red Hot Chilli Peppers describió en sus memorias cómo mantuvo relaciones con una chica de 13 años. R. Kelly, el cantante juzgado y condenado por reiterados abusos, había formado una especie de secta sexual en la que las jóvenes estaban a su disposición para ser abusadas.

El fenómeno groupie, alimentado y hasta fomentado durante décadas, encontró un freno en los últimos tiempos. Al menos en su difusión alegre y despreocupada. La toma de conciencia de situaciones que estaban normalizadas pero que si no eran delito estaban muy cerca de serlo, en virtud del nuevo sentido común de la época, hace que ya los músicos no cuentan alegremente como una hazaña sus conquistas, los actos sexuales con mujeres al borde de la inconsciencia o las orgías donde se abusaba de menores de edad. Muchos han sido denunciados y hasta condenados. Casi todos debieron modificar sus conductas. Unos pocos quedaron protegidos por su condición de ídolos: sobre esos, aunque se sepa, aunque hayan circulado cientos de relatos de alumnas de secundario que tocaban timbre y subían al departamento para formar un harén continuo o que en sus habitaciones de hotel cinco estrellas montaban una especie de cámara de tortura para su solaz sexual, se prefiere callar.

Las relaciones con menores, las violaciones grupales, el uso de drogas para someter mujeres, el abuso de poder y los abusos físicos fueron durante años una costumbre en el mundo de la música.

Las groupies eran parte de la mitología, una fuente de erotismo y de grandes historias. Pero también de relaciones asimétricas, carentes de consentimiento (legal y real) y que en muchos casos constituían un delito (abuso deshonesto, estupro o violación, según los casos y las legislaciones) que eran obviados porque se habían normalizado esas conductas y por la indulgencia que generan la fama y la idolatría.