La historia de dos venezolanas en Colombia: ¿Por qué terminaron siendo refugiadas?

Jazmín Zerpa León no ha salido del asombro y de la incertidumbre que representa el haber tenido que salir de su país para convertirse en refugiada debido a la severa crisis que atraviesa su Venezuela natal.

Por Hugo Alexander Echeverry Cano / vozdeamerica.com





Zerpa llegó a Colombia el 18 de abril del 2018, proveniente del estado de Mérida. El hecho de que su hija no tuvo el tratamiento médico adecuado, entre ellos la vacunación, la llevaron a dar el crucial paso en su vida.

“Allí no me la quisieron vacunar (…) Ella presentaba palidez y como un síntoma hepático para ellos”, explicó en entrevista reciente con la Voz de América.

Pese a sus esfuerzos, el 13 de diciembre del 2018 la pequeña falleció.

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“Una de las opciones que me dieron en el hospital fue que pidiera asesoría a la agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR). Ahí me asesoraron, me dijeron que podía ir a Migración (Colombia) a solicitar el salvoconducto. En Bogotá, hice los trámites del pasaporte y la visa y luego sí fue entregada la cédula de extranjería el 17 de marzo”, cuenta la venezolana.

Dice que nunca imaginó que sería “refugiada en otro país”. “Tampoco pensé que Venezuela llegara a pasar por todo esto”, recalca.

Ahora sueña con estudiar. Mientras tanto, apoya a la Fundación de Niños y Niñas con cáncer Soñar, el grupo que la apoyó mientras su hija permanecía hospitalizada.

De gerente de banco a auxiliar de enfermería

Érika Pérez nació en San Cristóbal, en el estado de Táchira. Decidió salir de Venezuela hacia Colombia porque cuenta que era perseguida política en su ciudad natal.

“Ya mi vida y la de mis hijos no estaban en salvaguardas, sino que ya me sentía en peligro y decido emigrar a Colombia porque mi madre es la primera que sale de mi país y se radica acá en Colombia, específicamente en Pamplona, Norte de Santander”, cuenta Érika.

Según recuerda, agarró sus maletas, llamó a su madre para avisarle y dejó atrás la “zozobra” que vivía diariamente.

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Aunque es licenciada en Ciencias Gerenciales con una maestría en Gerencia y tras dejar la gerencia de algunos bancos, se siente feliz desempeñando actualmente sus estudios en técnica auxiliar en enfermería.

“Amo a mis pacientes. Amo pararme cada día a venir a mi turno o ir al turno de noche, a vigilar a mis pacientes darles confort”, dice la venezolana.

Explica además que se siente muy tranquila de lograr el estatus migratorio de refugiada.

“Uno de los estatus migratorios más anhelados por cualquier migrante, ha sido lo mejor que me ha pasado, porque mis hijos se pueden graduar de la universidad y pueden ejercer sus carreras tranquilos. En mi caso, es poder ejercer la carrera que es lo que más me gusta, que es lo que más me apasiona, que es cuidar de mis pacientes”, explicó Érika a la VOA.

Asegura que su situación le ha mejorado la vida, pues se siente más humana y, aunque ama su país, confiesa que no regresará a Venezuela.

“Ya hice mis cimientos, ya hice mis paredes, ya hice mis muros. Y no, no me veo regresando más que como visitante”, explica Érika.