Enseñanzas de vida con mi abuelo Ramón J. Velásquez

Enseñanzas de vida con mi abuelo Ramón J. Velásquez

“Yo lo siento siempre junto a mí orientándome y guiándome” (Fotos cortesía Ligia Velásquez).

 

A mi abuelo lo buscaron tres veces para que aceptara ser el presidente interino de Venezuela. Jamás lo vi “pescueceando” por un cargo, ni una entrevista, nada. Él siempre estaba pendiente de leer y escribir. Siempre atento ante proyectos literarios. Siempre pendiente de las letras y de conocer gente con quienes pudiera hacer país a través de esos proyectos.

Por Ligia Velásquez / lagranaldea.com

Cuando tengo que hablar sobre mi abuelo “Ramón Jota”, siempre se asoma una sonrisa y mi corazón se apretuja de emoción. No sólo por quién representó para mi país, si no por la relación que tuvimos.





A él le debo mi amor por el periodismo, por la buena comida y mi constante curiosidad por querer entender al mundo para poder seguir adelante. Hoy estoy más que convencida de que mi abuelo fue un perfecto millennial.

Una de las cosas que siempre me repiten las personas que lo conocieron, cuando saben que soy su nieta, es que él siempre los escuchó y los hizo sentir valorados sin importar su tendencia política ni su nivel socioeconómico. Y es así, todos los días hago el ejercicio de escuchar evitando juzgar.

Para entender al país, debes salirte del cuadro y verlo desde afuera. Míralo, escúchalo, compréndelo y no lo juzgues. Pero esto es un entrenamiento complicado porque nosotros somos, la gran mayoría, intensos como el mar Caribe y nos cuesta respirar primero y escuchar después. Si queremos cambiar al país, debemos empezar por nosotros mismos, por juzgar menos y escuchar más, por incluir más.

Mi abuelo siempre se caracterizó por ser un hombre de pocas palabras, pero cuando las pronunciaba eran contundentes. Así pues, en todas nuestras etapas él siempre nos observó, quiso entender nuestras historias, nos puso atención a todo lo que hacíamos por más sencillo que fuera, se mantenía actualizado para luego orientarnos si lo consideraba necesario, siempre con prudencia, siempre con dulzura.

Cuando mi papá falleció en 2008, fue la primera vez que vi a mi abuelo profundamente triste y convencido de que lo natural era que él se hubiera ido antes que su hijo mayor. Al mes falleció mi abuela Ligia Margarita y desde ahí, él decidió que los encuentros familiares seguirían en su casa.

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