Lenín, por Antonio Sánchez García @sangarcc

Lenín, por Antonio Sánchez García @sangarcc

 

La historia es la ciencia de las desgracias de los hombres
Stephan Courtois, El Libro Negro del Comunismo

¿Por qué Lenin en la Rusia de los Zares, y no Rosa Luxemburg o Karl Liebknecht en Alemania, Georg Lukács en Hungría, Palmiro Togliati en Italia, Maurice Thorez en Francia? ¿Por qué esa y ninguna otra revolución en Europa desde entonces hasta hoy?

Son las preguntas que quedaron sin respuesta en la magnífica entrevista concedida por el pensador francés Stephan Courtois, autor del mundialmente famoso Libro Negro Del Comunismo, al también famoso y polémico periodista español Federico Jiménez Losantos, que circula en la red y merece de toda nuestra atención (https://www.religionenlibertad.com/video/38749/losantos-courtois-y-el-comunismo. html vía @relibertad). ¿Por qué Lenín y el comunismo? ¿Qué papel jugaron, y siguen jugando en su popularización y legitimación, los intelectuales, esos señores abajo firmantes que, según el más notable de todos ellos, el literato y filósofo francés Jean Paul Sartre suelen meter sus narices fisgoneando en donde nadie los reclama? Son algunos de los temas de esta fascinante entrevista, de gran valor para comprender el profundo abismo en que hemos venido a dar, ante la insólita y fatal ignorancia de una joven clase política sobrada de ambiciones pero carente de la más elemental cultura ideológica y política. Son los primero que debieran detenerse en ella y extraer algunas útiles enseñanzas. Pues sin conocer el talante y la disposición de nuestros enemigos, ¿cómo pretender vencerlos?

En una obra postrera, El partisano, el gran constitucionalista alemán Carl Schmitt da en el clavo de la mejor definicion del “revolucionario profesiona” que yo haya escuchado y le puede ser aplicado en primerísimo lugar a Lenín y luego a todos los asessinos seriales ocupados de seguir su huella – del mismo Lenin a Stalin, su lugarteniente, de Mao a Castro y de Ho Chi Mihn al Che Guevara – del llamado “revolucionario profesional”. Un sucedáneo moderno, propio del Siglo XX, del político profesional que venía actuando y aún hoy continúa haciéndolo en la civilización occidental desde tiempos aristotélicos sin otro propósito que administrar el Estado, y cuya principal distinción es el uso de las armas, la mortal aniquilación del adversario, el asalto al aparato de Estado y su conversión en un demoledora máquina de asesinar a quien se resista a someterse a sus designios.

En la obra mencionada dice Carl Schmitt que “el revolucionario profesional” que ha entrado al escenario de la historia universal con Vladimir Ilich Ulianov, Lenin, – él es el primero en teoretizarla, definirla y practicarla, gracias a su profundo conocimiento de Marx desde sus raíces hegelianas y su decisionismo y voluntarismo homicidas propios del anarquismo ruso – al frente de su partido bolchevique, evolucionada al partisano o guerrillero y la guerra de guerrillas con la incorporación de regiones subindustrializadas a la lucha mortal y definitiva por el poder, es el arma de guerra más mortífera inventada en Occidente después de que Marx montara la parafernalia teórica del comunismo y Lenin la tradujese a la práctica del asalto del Estado. Revolucionario profesional es aquel personaje dispuesto a asesinar a quien se le interponga en su asalto al poder del Estado. Punto.

Si su modelo de asalto al Poder – el partido bolchevique y la insurrección de masas – sólo funcionó en la Rusia zarista fue por raones objetivas que otros pensadores revolucionarios, como Antonio Gramsci y Rosa Luxemburg, comprendieron desde un primer momento. El Estado de la Rusia zarista era un monstruo macrocefálico, prácticamente aislado y desligado de la sociedad, huérfana ella misma de toda articulación civil, y por lo mismo perfectamente aislable y asaltable por una minoría vanguardista, armada y decidida al asesinato de masas, a la aniquilación del enemigo, a la ocupación de ese Estado autárquico y al montaje inmediato de una feroz tiranía con poder de vida o muerte sobre el resto de la sociedad. Un poder absoluto, como el de los zares, pero inmensamente más sanguinario y brutal, formado por profesionales del asesinato y la muerte e inspirado en una utopía mesiánica que justificaba, en aras del fin escatológico perseguido, las peores masacres y los más espantosos abusos. Stalin le explicaba a su madre, una analfabeta que lo pariera con un zapatero en la ciudad de Tiflis, que él era el equivalen a Iván el Terrible del momento. Renacía con Lenin y sus bolcheviques, desde esa tradición absolutista, el Estado totalitario y el concepto de guerra total, asumido posteriormente por Hitler y el nacionalsocialismo.

La genialidad de Lenin fue esa insólita capacidad de reafirmarse en las más drásticas y abolutistas tradiciones autocráticas rusas, aplicarlas con absoluta inescrupulosidad al estado soviético que él y los suyos inventaran, comprender a plenitud el “Wendepunkt”, el giro copernicano que estaba dando la humanidad hacia el comunismo llevado por su mano de hierro con poco más de cincuenta años de edad y montar el aparato partidista internacional que pudiera llevar a cabo su monumental proeza. Era la formalización práctica y concreta del epígrafe del histórico Manifiesto Comunista, escrito sesenta años antes por Marx y Engels: “¡PROLETARIOS EL MUNDO, UNÍOS!”. La primera utopía universal introyectada al cuerpo de la cultura y la civilización de Occidente, que acapararía la atención del planeta y no cesaría de actuar desde entonces hasta en los más recónditos rincones de la tierra. Nosotros, los venezolanos, podemos dar fe de ello. Para nuestra inmensa desgracia.

El colofón de esa homérica aventura iniciada por ese joven burgués ruso, consumido por el odio hacia un régimen que acababa de fusilar a su hermano y lo perseguiría hasta el momento en que, contradicciones del destino, el Kaiser alemán, en guerra con el Zar Alejandro, pondría a su disposición un tren blindado para trasladarlo de Zürich a San Petersburgo, desde donde daría inicio a la insurrección que culminara con el asalto al Palacio de Invierno y esos diez días que conmovieran al mundo. Según Stephan Courtois, el saldo de la magna obra de Lenin son cien millones de cadáveres. No pocos de ellos son venezolanos.

[1] – URSS: 20 millones de muertos.
– China: 65 millones de muertos.
– Vietnam: 1 millón de muertos.
– Corea del Norte: 2 millones de muertos.
– Camboya: 2 millones de muertos.
– Europa Oriental: 1 millón de muertos.
– América Latina: 150.000 muertos.
– África: 1,7 millones de muertos.
– Afganistán: 1,5 millones de muertos.
– Movimiento comunista internacional y partidos comunistas no situados en el poder: una decena de millares de muertos.

El total se acerca a la cifra de cien millones de muertos.

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