Manuel Malaver: El diálogo, un artificio castrochavista que apenas comienza

Manuel Malaver: El diálogo, un artificio castrochavista que apenas comienza

Manuel Malaver @MMalaverM

 

El diálogo pudo morir perfectamente la noche del viernes, dejado a la buena de Dios por una oposición que nunca le vio sentido ni viabilidad y un gobierno decidido a sacarle partido hasta a sus despojos.

Esa impresión fluía, por lo menos, la mañana del sábado, cuando, no se sabía que había sucedido horas antes y las apuestas eran que, un comunicado que había leído en la madrugada, el Secretario de Unasur y expresidente colombiano, Ernesto Samper, no podía ser verdad.

“Pero milagro, ocurrió un milagro” decía en otro comunicado el Nuncio Apostólico en Caracas, Aldo Giordano y tratándose de cosas divinas, un pueblo creyente debe, cuando menos, guardar silencio.

Entre otras cosas, porque, característicamente, la MUD no había aclarado si lo afirmado por el expresidente del “Proceso 8000” tenía algo que ver con la verdad, y no era otra cosa que el empeño por mantener una simulación que, podría sostenerse por semanas, meses y hasta años: una parte de la oposición se retiró pero la otra seguirá negociando y hay diálogo.

De modo que, todas las miradas estaban concentradas la mañana del sábado en un posible comunicado de la MUD que contaría, exactamente, la otra verdad, si es que existía.

¿Cedió la dictadura? ¿No cedió? ¿Cuánto? ¿Todo, poco, nada? Es lo que ansiaban conocer los venezolanos, escépticos con anuncios que no puedan quirúrgicamente ser extirpados de la mentira oficial.

De todas maneras, el diálogo quedará establecido como otra psicopatología de la enfermiza política nacional, acostumbrada a perderse en cosas inútiles, mientras la gente clama en las calles por comida, y en los hospitales, clínicas y farmacias, por medicinas.

Primer problema a resolver antes de cualquier diálogo, así como el de los presos políticos, que fueron por los que se movilizó el 1-Sep, el 26-O y en todas las réplicas que se extendieron por todo el país, y que no querían seguir viendo Maduro, ni sus  militares (o al revés) porque les quitaban el sueño.

Y por eso inventaron el diálogo, tal como lo habían hecho a mediados del 2014, cuando, después de meses rodeados por gigantescas manifestaciones,  y asesinar a 43 manifestantes, corrieron a esconderse bajo el cobijo de sus amigos de UNASUR, y desde ahí, rematar sus crímenes de lesa humanidad.

Lo sabían Julio Borges, y Henry Ramos, y Manuel Rosales, y no sé si Henrique Márquez,  Timoteo Zambrano y Henry Falcón y todos los que de buena o mala fe, corrieron a equivocarse con una de las trampas más al uso de dictadores en problemas.

Pero por aquella vez, podía pasar, ya que la oposición estaba dividida y la calle, como consecuencia de la implacable represión y las violaciones de los derechos humanos, se estaba enfriando.

Además, en aquellos tiempos había comida, y medicinas y algún que otro servicio y se podía aspirar a que un Maduro novel y asustado, aportara algo para su salvación.

Y no lo hizo, pero no sin torcerle antes el brazo al diálogo, patearlo, ningunearlo, pulverizarlo, y solo después que lo había remitido al departamento de “Objetivos Perdidos”, reanudar el ensamblaje de la más cruel, villana e inútil dictadura que ha conocido el país.

La misma contra la cual el país votó mayoritariamente el 6D, dándole la mayoría absoluta a la oposición en el Poder Legislativo,   traspasarle el poder en la Asamblea Nacional y esperando que procediera, o a cambiar la política  criminal del socialismo madurista o sacarlo del poder.

En otras palabras, la constituyó en mayoría y en una democracia “mayoría” y “minoría” son los polos que, en paz o en guerra, construyen la realización de la política.

No es cualquier resultado, pero la oposición tardó casi un año en asumirlo, en comportarse como mayoría y esa es, sin duda, la clave de un error que generó otros que nos trajeron hasta aquí.

De todas maneras, íbamos  por buen camino, hasta que la oposición, aceptó otro diálogo madurista, e impensablemente, procedió a desmontar la maquinaria, el entusiasmo y la decisión que se habían construido para desalojarlo de Miraflores, porque lo exigía el diálogo.

Fueron apenas 14 días, pero los días en que a la dictadura se le pudo escapar el poder, y la transcendencia de perderlos, se podría contar en un futuro en décadas.

Lo sabían y les quitaba el sueño, a Maduro, Cabello, los hermanos Rodríguez, Bernal, Reverol, Ramírez, El Aissami, y muchos otros, integrantes de una pandilla de maleantes con expedientes abultados en tribunales, cortes y fiscalías internacionales por lavado de dinero, terrorismo, contrabandismo,  narcotráfico y otros delitos..

Aparecieron, como apareció, Chávez, antes de otro diálogo, con un crucifijo en las manos, rezando un rosario, e invocando a las Tres Divinas Personas, el Gran Poder de Dios, el Ánima de Juan Salazar y a toda la corte de la santería cubana, haitiana y brasileña.

Maduro, más afortunado, trajo la bendición del Papa Francisco, y a dos señores Monseñores, el Nuncio Apostólico en Caracas, Aldo Giordano y el enviado del Vaticano para el diálogo,  Claudio María Celli, para que lo acompañaran en tan peligrosa travesía.

Sorprendentemente, muy desinformados, como que compran la mentira madurista de que el país está polarizado en dos mitades, 50 -50, cuando hace tiempo que la oposición es una mayoría que alcanza el 80 por ciento de los venezolanos, y Maduro, sus militares y su partidos, una minoría que no llega al 20 por ciento.

Una mentira útil para el dictador, porque si el país está partido en dos, de representación igual,  entonces a dialogar, pero si se trata de una confrontación entre una inmensa mayoría y una inmensa minoría, entonces, lo que hay que hacer es contribuir a que la mayoría le impongan constitucional y electoralmente, su voluntad a la minoría.

Y en eso, es en lo que anda la oposición venezolana, tratando de que la minoría madurista acepte el Referendo Revocatorio, para que el 80 por ciento de los venezolanos, le exprese su repudio a Maduro.

Y esa es la verdad esencial de la situación y la crisis venezolana, así es como la leen amigos auténticos de Venezuela, como el Secretario General de la OEA, Luís Almagro, los expresidentes, Pastrana, Oscar Arías, Laura Chinchilla, Mireya Moscoso, Alejandro Toledo y Sebastián Piñera (para solo citar algunos) y presidentes como Michel Temer, Mauricio Macri y Horacio Cartes.

Pero no el Papa Francisco, quien ya incurrió en el error de apoyar los acuerdos entre el expresidente, Barack Obama, de Estados Unidos y los dictadores octogenarios cubanos Raúl y Fidel Castro, y otro no menos santificable: el que tramaron el presidente, Juan Manuel Santos, de Colombia y Timochenko, el comandante en jefe de las FARC.

Y pienso yo, si no será por estos brotes eruptivos de la izquierda bienpensante que, a veces, alcanzan hasta los hombres santos, por los que se producen estallidos como el que acabamos de ver en Estados Unidos con la elección de Donald Trump, que expresa la rabia de gente desesperada porque la hipocresía de los progre hizo un atajo de deshechos con sus esperanzas.

Y está ocurriendo en Venezuela, donde hay gente muriendo en las calles por falta de alimentos y medicinas, mafias de todos los ilícitos cargando con la poca riqueza disponible desde y para el poder, y ahora vienen a convencernos que hay que  dialogar con los delincuentes para que nos devuelvan los que nos han robado y secuestrado.

Bienes, entre los cuales deben incluirse la libertad, la democracia, la constitucionalidad y los derechos humanos que, son indispensables para que la persona humana se constituya como tal y sea, per se, una representación de la dignidad que misteriosamente nos viene de lo alto.

Y cuya convivencia no puede normarse sino en un Estado de Derecho que garantice la aplicación de una justicia que alcance a todos, sin discriminaciones ideológicas, de razas, géneros, color o educación.

Lo demás, es la dictadura que se nos han querido impone a punta de nombres, slogans, etiquetas y con las cuales avanza la exacción del país.

Todo el mal que ha podido acumularse en 17 años, aplicado con vesania y fanatismo sin par y que no tendrá fin hasta que el pueblo de Venezuela recupere la libertad, la democracia y el Estado de Derecho.

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