Raúl Aular: La caída del muro de Berlín no fue un cheque en blanco: el capitalismo debe evolucionar

Raúl Aular: La caída del muro de Berlín no fue un cheque en blanco: el capitalismo debe evolucionar

thumbnailraulaularEl mundo observa con cierta perplejidad como surgen acontecimientos y fenómenos que lucían hasta hace poco imposibles. Se puede ver como la nación más poderosa en la historia de la humanidad coloca en las puertas de La Casa Blanca a un personaje que ha decidido asumir un discurso xenófobo, agresivo, ofensivo y simple. También se puede ver como la nación que tuvo bajo su control territorios en todo el mundo, de todas las culturas y de todas las religiones, la nación que creó el sistema parlamentario representativo, la nación cuya capital es una de las ciudades más cosmopólitas del planeta, ha decidido, en referendum, separarse, no de una unión multicultural ni de un organismo multilateral, sino de la mismísima fuente de su ADN occidental, ha decidido separarse de Europa.

Se puede ver como en España creció, tomando por sorpresa a casi todos, una opción política antisistema que quizá solo haya detenido su avance por la excepcional fortuna que tuvieron los electores españoles, de ver la pobre relación costo-beneficio de otras soluciones antisistema. Tuvieron el privilegio de ver lo que podía ser su futuro, en directo, por televisión.

Se puede ver cómo estamos cerrando en América Latina una etapa durante la cual se puso toda la esperanza en que modelos más colectivistas y menos asociados con “la perversa lógica del capital” resolvieran las odiosas brechas existentes entre grupos sociales. Paradójicamente, esa esperanza estaba financiada con una bonanza generada por un boom en los precios de las materias primas cuya explicación está en el incremento de su demanda por parte de países que, como China, abandonaron el colectivismo y se mueven casi exclusivamente bajo esa misma “perversa lógica del capital”.





La gente busca soluciones, como puede y a su manera. Hay quienes piensan que el origen de todos estos fenómenos es más compartido de lo que creemos y que se trata de una crisis evolutiva en el sistema capitalista; una crisis generada por un importante número de personas que tienen la percepción de que el sistema no funciona para ellas y que vale la pena implosionarlo y probar algo nuevo porque sienten que tienen poco o nada que perder.

Hablar de una crisis del capitalismo no es un tópico exclusivo de la izquierda, de hecho, es un tópico sobre el cual uno puede educarse muy bien en las páginas del Harvard Business Review. En efecto, en su edición de marzo de 2010 HBR publicó un artículo escrito, no por un profesor de sociología de alguna cátedra “izquierdosa”, sino por el Managing Director de McKinsey and Company, Dominic Barton. McKinsey and Company es la empresa de consultoría gerencial más influyente del mundo y cuenta entre sus clientes a las compañías líderes globales en sus respectivas industrias, obviamente no puede ser acusada de posiciones “izquierdosas”, por el contrario, es capitalismo puro y duro, pragmático no dogmático, pero sin atenuantes.

¿Y de qué nos advierte Barton? Pues nos advierte exactamente sobre una crisis del capitalismo. Barton habla de una progresiva pérdida de confianza del público en la comunidad de negocios que se viene detectando desde hace más de 10 años y se ha potenciado con los relativamente recientes escándalos de corrupción y fraude corporativo asociados a los casos de Enron y al shock mundial de los productos derivados involucrados con el mercado de hipotecas en EEUU. Dice que esta desconfianza en los hombres de negocios, el crecimiento de brechas entre una élite socioeconómica cada vez más inalcanzable y las grandes masas, las dudas sobre el impacto de los negocios en el ambiente y otros temas clave en la vinculación de las empresas con la sociedad, generan duros cuestionamientos que derivan no pocas veces en actitudes “antisistema”.

Un punto clave es el cortoplacismo en los negocios, la carrera frenética por alcanzar metas trimestrales que llevan a ejecutar estrategias que pueden destruir valor a largo plazo. Barton aquí contrapone lo que él llama el “capitalismo trimestral” al “capitalismo de lago plazo”. Hace gran énfasis en que son los empresarios los que deben liderar un cambio radical en la forma como manejan sus negocios, que la época del paradigma según el cual los negocios existían solo para maximizar el valor para los accionistas se acabó, que un nuevo contrato social de las empresas con su entorno es mandatorio y que los líderes empresariales ya no pueden solo circunscribirse a la obtención de buenos resultados financieros en el más corto plazo posible, sino que deben desarrollar habilidades de estadistas para atender adecuadamente las demandas de muchos grupos de interés (accionistas, empleados, comunidades, ONGs etc…) y establecer relaciones armónicas y de confianza con todos esos grupos, como requisito indispensable para lograr la maximización del valor de los negocios en el lago plazo. Barton indica que solo con esta aproximación holística a los negocios será posible relanzar el capitalismo y salvarlo de su crisis actual, porque, que no quede ninguna duda, la solución a esta crisis del capitalismo es más y mejor capitalismo, con una clase empresarial que goce del prestigio social que se deriva de una mayor equidad en la participación de todos en las bondades de la civilización.

Estas reflexiones son especialmente relevantes para Venezuela en donde, a pesar de que existen ejemplos de empresarios que pensaron y piensan en el largo plazo, tienen su patrimonio comprometido en el país (convirtiéndolo realmente en su Patria) y no llevan vidas paralelas a la vida nacional, constituyen un grupo que está muy lejos de la masa crítica mínima para garantizar estabilidad social. En nuestro país hacen falta muchos expertos en negocios pero lo que abunda son los expertos en “negociados”, de hecho, el enriquecimiento proveniente de privilegios y corrupción es tan endémico que hace sospechoso todo enriquecimiento. Este entorno de sospecha automática ante la riqueza es desastroso para el ambiente empresarial, es vital que los ciudadanos perciban una correlación mínima entre ser rico y ser virtuoso. No se trata de resentimientos en contra de la riqueza en sí misma, cuando se sabe claramente de donde viene esa riqueza no hay ningún resentimiento social en contra de la persona (nuestros peloteros de grandes ligas y artistas tan queridos como Oscar D´León lo demuestran). La sospecha que la prosperidad genera se convierte en una barrera que es necesario derribar para que las empresas, los negocios y el capitalismo en sí mismo gocen de la reputación necesaria en la sociedad para poder ejercer su función primordial de generar riqueza, progreso y bienestar.

Barton señala que es de los empresarios la responsabilidad de lograr la evolución del capitalismo, no pueden comportarse solo como “variables dependientes” de las acciones de los políticos, por el contrario, deben actuar para hacer que el sistema político y de incentivos funcione, aunque desde su rol de hombres de negocios. Esto es clave para Venezuela: decir que no invierto, ni emprendo, ni actúo porque el estado venezolano no da condiciones, está bien para extranjeros, pero no para venezolanos que deben tomar la responsabilidad de generar las condiciones para ejercer su efecto civilizatorio en el país, al mismo tiempo que generan riqueza. Esto implica responsabilidad ante la sociedad: es muy costoso dejar el país en “outsourcing” si los empresarios venezolanos no ocupan los espacios de creación de riqueza y bienestar, cualquiera llena ese vacío con consignas huecas, delirios de justicia social instantánea y soluciones mágicas. Veamos el mundo, hay mucha evidencia de que caer víctima de la demagogia no es una patología venezolana, sucede en cualquier lugar donde una cierta masa crítica cree que el sistema no funciona para ellos y tienen muy poco o nada que perder.