Leocenis García: Nos subestimaste, compadre

Leocenis García: Nos subestimaste, compadre

thumbnailleocenisgarciaQuerido compadre.

Escribo esta carta, acompañado de una llama danzarina destinada a alumbrar la imagen del Arcángel Miguel. Lo hago, con el espíritu sosegado y los pensamientos puestos en el futuro.

No pretendo, como suelen hacer los mercenarios, rematar en la cabeza al contrario cuando ya le ven derrotado, aprovechar el momento para enunciar la tragedia que vives, la cual, por cierto se explica por sí misma.





Ya ves que, no era verdad que comprando todos los medios de comunicación y persiguiendo a quienes te éramos incómodos, podías reinar a tus anchas

Compadre, se puede ocultar la noticia pero nunca desaparecer el hambre, el descontento, los dolores colectivos, y aquellas cosas por las cuales sentimos vergüenza como nación. Se pueden coser los labios de los disidentes, pero no las injusticias que provocan sus gritos.

No era escuchando a tus “ve, corre y dile”, siempre ocupados en el complejo arte de balancearse en los “escrotos” del poder, como podrías librarte de una prensa que no era, no es, y no será el simple timbre de sus dueños, sino el reflejo límpido de la calle y su voz siempre franca.

Seamos honestos de hombre a hombre: te creías dueño del mundo. Nosotros éramos insectos a los cuales podías abrir juicios, arengados por unos tumultuarios brigadieres dispuestos a perseguir, injuriar, encarcelar y humillar a tus oponentes.

Éramos, gente tan insignificante para tu inmenso mazo del poder que, no merecíamos ser tratados sino como exiliados en nuestra propia nación.

Mientras nuestros hijos en vela lloraban contemplando cómo hombres armados registraban nuestras casas, saqueaban nuestros lugares de jornada y esposaban nuestras manos, los tuyos en cambio, recibían escoltas, brindis y agasajos. Ellos tenían la suerte de ser tus hijos, y los nuestros la honra de ser los nuestros.

Pero ya ves, compadre, nos subestimaste.

Tú, con todos los periódicos, con el papel de prensa acaparado en un poderoso complejo que servía como depósito de la censura, con casi todas las televisoras, es decir, con el poder mediático más grande que jamás se tuvo en esta nación, no pudiste con una páginas web, unos twitteros (presos) a las cuales viste vencerte con aquellos muchachos al mando de José Félix Rivas que con sueños más que con fusiles, vencieron a Boves en la Batalla de la Juventud.

Qué toca ahora, compadre. En mi opinión reconocer que, fracasaste, y solo así empezar a escuchar la voz que brota del silencio de la conciencia; al final del día, somos iguales, por más cargos, pantallas y aplausos, que gratuitamente nos ofrezca el mundo.

Si por un instante buscas en los recovecos del mundo, verás que no eran tus amigos, esos que te recomendaron “escoñetar” (perdóname la escatología) a todos cuantos te recordaran que no eras DIOS, ni siquiera eras un profeta. Eras -y eres-, un simple mortal, al cual un día, se le acabará el poder, y te encontrarás desnudo, como viniste al mundo.

Decenas de presos, miramos en silencio al pueblo venezolano intentando hacer su propia redención, ahorrándose los mesías. Miramos también las familias sin pan, las madres que esta navidad tendrán que celebrar navidad añorando al familiar que por protestar, por disentir, por hablar, o como en mi caso “por desestabilizar con bolígrafos” un gobierno, no podrán estar.

No tienes tiempo, compadre. Ya no aspiramos de ti un gesto de clemencia a favor de tus perseguidos, porque ahora somos nosotros los que tendremos clemencia por ti. La mejor venganza que tenemos, es la de enseñarte cómo actúan quienes tienen el honor que tú jamás conociste.

Suerte compadre.