WSJ: La salud en Venezuela, en estado terminal

WSJ: La salud en Venezuela, en estado terminal

Pacientes aguardan el momento de ser atendidos en los pasillos y salas de espera del Hospital Universitario de Caracas (Juan Forero/The Wall Street Journal)
Pacientes esperan ser atendidos en los pasillos y salas de espera del Hospital Universitario de Caracas (Juan Forero/The Wall Street Journal)

La escasez de dólares merma la importación de insumos como anestésicos y pone en riesgo la vida de los pacientes, publica  The Wall Street Journal, en un reportaje realizado por el periodista Juan Forero en el que describe el drama de los venezolanos.

 

 

 

Con serios problemas cardíacos, Pedro González fue internado en septiembre en uno de los mejores hospitales públicos de Venezuela, con la esperanza de que una nueva válvula para su corazón le salvara la vida. Rezaba día y noche por someterse a una cirugía exitosa, aferrado a una frazada bordada con una imagen de la Virgen María.

Por Juan Forero/@WSJForero/ The Wall Street Journal

A fines de noviembre, el director de cirugía cardiovascular del Hospital Universitario le envió cartas a los pacientes de la unidad de cardiología diciéndoles que les daban de alta. El motivo, dijo, era la escasez de insumos para el quirófano: no tenían catéteres, ni una máquina para procesar análisis de sangre, ni válvulas para el corazón.

Una semana más tarde, mientras González daba una emotiva charla para catequistas jóvenes en la iglesia católica cerca de su casa, se desvaneció y murió frente al altar. González, un maquinista de 39 años de una empresa de servicios estatal, dejó a su esposa, Indimar Rivero, y a un hijo de ocho años.

“Si hubiesen encontrado lo que necesitaban, los insumos y la válvula, yo creo que Dios y los doctores lo habrían salvado”, dijo Rivero, que es fervorosamente religiosa como lo era su esposo y en su tiempo libre da clases de catecismo para niños. “Pero al final, lo mandaron a la casa porque no tenían los insumos”.

Administradores del hospital no respondieron a pedidos de comentarios.

La atención médica gratuita y de calidad era un pilar del sistema socialista impulsado por el fallecido presidente Hugo Chávez, un derecho que garantizó en una nueva constitución. Pero dos años después de su muerte y 16 años después de que llegara al poder, lo que el agitador populista llamó una revolución se está desmoronando con rapidez.

La inflación, de casi 70%, es la más alta del mundo, y el Fondo Monetario Internacional estima que la economía se contraerá 7% este año. Las amplias nacionalizaciones y los controles de precios han perjudicado a la industria local y los controles cambiarios han privado al país de los dólares que provee el Estado y se necesitan para pagar las importaciones. El resultado: escasez de todo tipo de productos, desde autopartes a papel higiénico e insumos médicos en un país que produce pocos de los artículos que consume.

De las innumerables crisis por las que ha atravesado Venezuela, hasta ahora ninguna había demolido la ilusión de un gobierno que puede ocuparse de sus ciudadanos como el colapso del sistema de salud. Entrevistas con más de 100 doctores, pacientes, personal de la industria médica y ex funcionarios del Ministerio de Salud, así como visitas guiadas a hospitales públicos en tres estados, trazan el panorama de un sistema quebrado.

Las carencias afectan tanto a los hospitales públicos como a los privados y están alterando drásticamente el acceso a la atención médica de la población, al punto de incrementar las muertes evitables, según doctores y asociaciones médicas.

Medicamentos desde aspirinas a antibióticos y desde insulina a anestésicos, son escasos. Todo tipo de equipos —máquinas de rayos X, escáneres de ultrasonido y desfibriladores— suelen estar fuera de servicio por la falta de partes para repararlos.

En poco más de dos meses, entre octubre y comienzos de enero, murieron otros 12 pacientes internados en el Hospital Universitario que necesitaban cirugía cardíaca. Liz Giraldo, de 38 años, esperó siete meses por una válvula para el corazón y falleció en la sala de emergencias, afirmó su hija Erlys Daza, de 19 años.

Vivir con remordimientos

“Es un grado de impotencia importante”, indicó Marcos Durand, médico que junto a otros colegas aquí describió cómo murieron los pacientes con problemas cardíacos, uno tras otro. “Es vivir la impotencia de las familias. Es mirar a la familia y decir: ‘Se va a morir, no se puede hacer nada’”.

Gastón Silva, director de la unidad de cirugía cardiovascular que envió a González y otros pacientes a sus casas en noviembre, afirmó que todos los médicos viven con remordimientos. “Pacientes que iban a un hospital a buscar la vida en lugar de eso encontraban la muerte”, sostuvo.

La ministra de Salud Nancy Pérez no respondió a múltiples pedidos de comentarios. Tampoco devolvieron las llamadas o los emails las oficinas de ese ministerio que se encargan de oncología, administración de hospitales públicos, salud pública en vecindarios de bajos recursos y datos sobre salud.

Los recortes se registran en todos los grupos etarios y de ingresos, mientras los pobres soportan la peor parte de la crisis. En el Hospital de Niños J.M. de los Ríos en Caracas, hace poco colocaron bebés en escritorios de oficina porque tenían muy poco espacio. Del otro lado de la ciudad, en el viejo hospital en Coche, los pacientes con heridas de accidentes y tiroteos fueron colocados en filas de camas en un pabellón. Algunos dijeron que habían esperado semanas y meses por operaciones para reparar huesos rotos.

Ninguno de los hospitales respondió a pedidos de comentarios.

De 45.000 camas en los hospitales públicos de Venezuela, sólo 16.300 están en condiciones de servicio. Los hospitales privados, con otras 8.000 camas, han ayudado a las desbordadas instalaciones públicas, pero también tienen problemas. La asociación que representa a los hospitales privados afirma que la cirugía electiva en centros privados —desde operaciones de rodilla a cinturones gástricos y otros procedimientos que no ponen en riesgo la vida— bajó 90%. Eso se debe a que las menguantes reservas de divisas están volviendo casi imposible que los hospitales consigan los dólares necesarios para pagar medicinas y equipos médicos importados.

Venezuela necesita alrededor de US$1.000 millones al año en importaciones de elementos hospitalarios, indicó Antonio Orlando, presidente de la Asociación Venezolana de Distribuidores de Equipos Médicos. Pero en 2014, el gobierno, con poco efectivo, entregó menos de US$200 millones, una marcada caída desde 2010, cuando el sector importó US$807 millones.

En marzo pasado, el Banco Central informó que había una situación de escasez de 50% de los medicamentos; desde entonces dejó de publicar ese tipo de datos. La Federación Farmacéutica Venezolana, que representa a ese sector, estima que hasta 70% de todos los medicamentos son escasos o no se consiguen.

Médicos y administradores de hospitales públicos afirman que las operaciones con riesgo vital —por ejemplo, desbloquear una aorta— se han reducido notablemente. El problema se agrava por la falta de personal. Funcionarios hospitalarios señalan que hasta la mitad de los graduados en medicina, que ganan menos de US$50 mensuales según la tasa cambiaria del mercado negro, están abandonando el país.

En el Hospital Universitario, un símbolo del sistema de salud desde que fue inaugurado en 1956 y el primer hospital aquí en realizar cirugías cardíacas, hace una década los médicos realizaban hasta 40 cirugías a corazón abierto por mes. El año pasado, ese promedio había caído a cerca de siete por mes. La colocación de catéteres en el corazón, otro procedimiento común en los hospitales grandes, cayó desde 1.200 anuales a unos 100.

“¿Cómo podemos tratar a un paciente cuando no podemos operar, ni darles una droga para el dolor?”, preguntó Iván Machado, un veterano cardiólogo del hospital.

Carmen Quiñones, de 51 años, fue una de las víctimas de la grave situación del hospital. A principios de diciembre, doctores de una clínica privada le encontraron un aneurisma de aorta abdominal, una dilatación de la principal arteria que suministra sangre al cuerpo y que puede provocar una hemorragia.

 

Javier Méndez tiene el fémur fracturado, y los médicos le dijeron que tiene que esperar para ser operado (Juan Forero/The Wall Street Journal)

Fue llevada a la sala de emergencia del Hospital Universitario y le dijeron que necesitaba una pequeña válvula llamada prótesis aórtica para reparar la ruptura. No obstante, el hospital, que no contaba con los recursos, le informó a la familia que ellos debían conseguir los suministros necesarios, incluida la prótesis. Al día siguiente, encontraron una, que había sido donada por un doctor de un hospital privado que conocía a la familia.

Si bien la prótesis fue implantada con éxito, durante la cirugía surgió otra complicación. Los médicos descubrieron otro aneurisma, lo que requería una segunda operación y una prótesis adicional. La familia no logró encontrar otra.

“Yo la abro, pero ¿qué le voy a colocar?”, le dijo Durand a Jhon Jairo Pérez, el hijo de 24 años de Quiñones.

Sin la cirugía que necesitaba, su salud comenzó a empeorar y para el 26 de diciembre hablaba con murmullos y estaba perdiendo la conciencia. La sangre se derramaba de la debilitada arteria a sus pulmones, según dos doctores que la atendieron, pero el hospital no tenía más sangre para sustituir lo que estaba perdiendo.

“Murió desangrada”, dice Durand. “No tenemos una prótesis. No tenemos sangre. La verdad es que en ese momento era muy difícil ayudarla”.

La situación resalta un drástico contraste con la era dorada, entre los años 50 y los 70, cuando Venezuela era el país más rico de América Latina. Inmigrantes de Europa llegaban al país y el Estado construía instalaciones médicas modelo. Todo comenzó a empeorar durante un prolongado período de bajos precios del petróleo, una mala gestión del gobierno y una crisis de deuda en los años 80 que agotó las fuentes de financiamiento.

Unos años después de su llegada al poder en 1999, Chávez firmó un acuerdo con Cuba para importar miles de doctores cubanos a cambio de petróleo. Los médicos recorrían los barrios empobrecidos, ofreciendo consultas y atención básica. El programa Barrio Adentro era popular y ayudó al mandatario a sobrevivir un referéndum revocatorio en 2004.

Doctores en la mira

Pese a un auge petrolero sin precedentes, un mal manejo fiscal —por parte del gobierno y todos sus ministerios— lentamente llevó al sistema de salud pública a quedarse sin fondos. Según la Organización Mundial de la Salud, en 2012, el último año con datos disponibles, la participación del gasto estatal de Venezuela en salud, de 6%, y su gasto en salud como porcentaje del Producto Interno Bruto, de 2%, eran más bajos que los de las principales economías de América Latina.

En los últimos meses, los funcionarios han evitado hablar sobre el sistema, pese a que doctores y pacientes han realizado protestas fuera de los hospitales.

 

Francisco Vera esperó meses para recibir una operación para reparar su pierna fracturada. Más tarde, cuando le dio una infección, le amputaron la pierna en el Hospital Universitario de Caracas (Juan Forero/The Wall Street Journal)

 

En lugar de ello, algunos funcionarios del gobierno del presidente Nicolás Maduro han atacado a doctores y los directores de las asociaciones médicas que han criticado el sistema de salud, calificándolos de traidores y capitalistas codiciosos que no se preocupan realmente por los enfermos. En septiembre último, Maduro, su ministro del Interior y autoridades del estado Aragua —todos del partido gobernante— incluso tildaron a algunos doctores de conspiradores.

En la televisión nacional, Maduro acusó de terrorista al presidente del Colegio de Médicos de Aragua, Ángel Sarmiento, y ordenó su arresto. El doctor, que había dicho ante los medios que ocho muertes en un hospital público posiblemente estaban vinculadas con el mismo patógeno, ha estado oculto desde entonces.

A principios de febrero, el presidente de la Asociación Venezolana de Clínicas y Hospitales, Carlos Rosales, fue interrogado por el servicio de inteligencia después de que divulgó información a la prensa sobre la incapacidad de muchos hospitales de realizar cirugías por falta de suministros. Fue liberado después de unas horas. El servicio de inteligencia (Sebin) no respondió a solicitudes de comentarios.

En momentos en que tantas vidas penden de un hilo, ni siquiera los burócratas pueden desviar la atención del público de pacientes como Armando Delgado. El mecánico de 53 años tenía un tumor en su cuello que fue reducido con quimioterapia hace un año. Su oncólogo luego recomendó radioterapia para eliminar el cáncer y el tratamiento debía empezar 21 días más tarde.

Delgado, sin embargo, ha esperado casi 11 meses. La única máquina de radioterapia cerca de su casa en San Cristóbal, en el oeste de Venezuela, quedaba frecuentemente fuera de servicio debido a su uso excesivo. El tumor volvió a crecer.

“Seguramente no vamos a poder curarlo”, dijo Stella Rivas, su oncóloga, después de una reciente visita de Delgado. “Tuvo una muy buena respuesta a la quimioterapia pero eso ya pasó. Él ahora está en recaída. La intención de la radioterapia en estos momentos es paliativa, mas no curativa”.

“Pues estoy asustado, te cuento”, reconoció Delgado intentando contener las lágrimas.

Algunas personas, desesperadas por conseguir medicamentos, han hecho lo imposible para obtenerlos.

Gisela Duarte, una empleada estatal jubilada de 51 años que padece diabetes, un problema cardíaco, hipertensión y alta presión, dice que pasa la mayor parte del día llamando a farmacias de todo el país. Hace poco encontró una que tenía insulina, pero quedaba a cinco horas en autobús, en la ciudad de Coro.

“Yo les dije: ‘yo llego’, y así fue, llegué al mediodía. Después regresé a casa. Eso fue plata”, dice Duarte, que pidió que le guardaran el medicamento. No obstante, su batalla para conseguir más remedios continúa. “El problema es que si no tomo la medicina hay males que vienen y voy a empeorar. Yo podría sufrir un infarto”.

Otros acuden a las redes sociales y a personalidades como Marianella Salazar, una columnista y presentadora radial con cerca de 500.000 seguidores, quien suele distribuir tuits pidiendo ayuda. Un mensaje reciente decía: “Para quimioterapia se requiere con URGENCIA el medicamento CARDIOXANE”. Luego puso un número de teléfono al que podían llamar los donantes.

Belén Fagúndez, una maestra de 40 años de Caracas que fue diagnosticada con cáncer de mama, no logró hallar ciclofosfamida, un medicamento para quimioterapia que sus doctores planeaban usar. Tuits y entradas en Facebook, FB -1.11% algunos escritos por personas que apenas conocía, motivó a extraños a enviar los medicamentos que necesitaba de Colombia.

“A mí me salvan las redes sociales”, afirma Fagúndez. “Me cuesta todavía creer la suerte que tuve”.

En el Hospital Universitario de Caracas, aquellos que tratan por todos los medios de recibir la atención médica que necesitan elogian la dedicación de los doctores, pero dicen que el sistema de salud en sí los atormenta.

Arturo Caivet muestra una lista de más de una docena de productos que tuvo que comprar para poder recibir su operación cardiovascular ( Juan Forero/The Wall Street Journal)

 

Arturo Caivet, de 65 años, es otro paciente de la sala cardiovascular que fue dado de alta por falta de suministros. Su corazón, que tenía una calcificación en la aorta, latía más lento y su cuerpo estaba dejando de funcionar.

Su única esperanza era recorrer farmacias y empresas de equipos médicos para comprar una docena de productos necesarios para la operación, entre ellos una válvula cardíaca. Gastó la mitad de todos sus ahorros. A principios de febrero, doctores del Hospital Universitario lo operaron con éxito.

“Hubo mucha suerte”, dijo Caivet una semana después. “Es como subir a tomar aire. Uno dice: ‘vida, vida’”.

 

El reportaje de Forero, fue publicado en primera plana del diario estadounidense este fin de semana.

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