Oswaldo Páez-Pumar: Danilogate

Oswaldo Páez-Pumar: Danilogate

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En su artículo titulado Nismangate fechado ayer 20 de enero de 2015, Antonio Sánchez García se pregunta en relación con la muerte del fiscal argentino Nisman ¿Por qué se aparecen autoridades de gobierno absolutamente ajenas a los protocolos judiciales en la escena del suceso y permanecen allí horas, que bien pudieron haber servido para “ensuciar” el escenario del pretendido suicidio amañándolo a su antojo?

Desde luego que la pregunta que se formula ASG es retórica, él sabe por qué se aparecieron autoridades de gobierno en la escena del suceso, pero quiere invitar al lector a que piense. Él recuerda también como se  aparecieron las autoridades del gobierno venezolano presididas por el entonces vicepresidente José Vicente Rangel ¡vale lo recuerda! en la escena del crimen del fiscal Danilo Anderson. Se trata justamente de eso. De ensuciar el escenario a niveles que le permitan amañarlo a su antojo.





De aquellos sucesos permanece en la memoria el testigo que le habló con los ojos a Isaías Rodríguez para entonces jefe de todos los fiscales. La mirada que le revelaba que era un testigo veraz. De estos sucesos no se podrá borrar de la memoria la afirmación de la fiscal Viviana Fein que no descarta “la posibilidad de que haya sido inducido al suicidio” no obstante que el arma no era del fiscal fallecido, ni había restos de pólvora en sus manos, lo que en su decir, “no es un resultado inesperado debido al calibre pequeño del arma”.

La fiscal Fein ha abierto la puerta a una hipótesis que de prosperar evitaría al gobierno argentino tener que proseguir las investigaciones, pues de tenerse como cierto que el arma con la que se causó la muerte al fiscal Nisman no fue accionada por él, sino por un tercero, cerrar las investigaciones basándose en que ese tercero actuó por cuenta propia, sin ninguna relación con el proceso adelantado por el fiscal; sería el equivalente a que Isaías se hubiera sacado de la manga en el caso de Danilo la tesis de un suicidio, preparado en forma tan aparatosa porque el difunto era hombre que gustaba de excentricidades y toda su conducta estaba condicionada por un afán de exhibicionismo.

No era posible, nadie se tragaría esa historia, ni siquiera si el eterno, hoy difunto, la explicara una y otra vez en sus interminables cadenas. Isaías necesitaba un culpable, más que eso, necesitaba de una conspiración para urdir la trama, la antítesis de lo que necesita Viviana Fein para cerrar el caso. ¿Acaso, la necesidad será de Cristina?

Caracas, 21 de enero de 2015