¿Adiós a las protestas?

¿Adiós a las protestas?

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Las protestas estudiantiles en Venezuela llegan a un punto clave ante el llamado de las universidades a reiniciar actividades académicas.

David Padilla G, @dawarg/El Toque

26 días de manifestaciones, 23 muertes, 41 personas privadas de libertad y 1.224 detenidos es el saldo que arrojan semanas de protesta. La parte burocrática de la academia quiere que finalice esto, que haya paz y le da la palmadita de consuelo en la espalda a los estudiantes. El padre susurrara al oído: “ya hijo, es hora de continuar”.





”¿Así o más claro?”, desafía en Twitter un veinteañero venezolano. El tweet muestra el mensaje ”prefiero perder un trimestre o semestre de mi carrera que perder mi carrera al graduarme y vivir en un país sin oportunidades”, acompañado de la consigna ”el que se cansa, pierde”.

La verdadera prueba, la que definirá este juego, se toma entonces en la calle y no en un pupitre dentro las universidades. El decálogo de rebeldía viene con nueva pregunta: continuar con marchas, movilizaciones, barricadas en las calles y hasta cacerolazos o ceder, guardar los macundales y dar marcha atrás utilizando la frase inmortalizada por Hugo Chávez Frías: por ahora.

La protesta
En 2007, los estudiantes lograron revertir a favor de la oposición los resultados del referendo que el chavismo reconoce abiertamente como su ”única derrota” electoral. En 2009, las toldas le dieron una fría nalgada a la causa porque todos los políticos se veían beneficiados con la petición del presidente: tener la infinita oportunidad de relanzarse al cargo.

En 2014, con nuevo mandatario, con una desconocida pero vigente crisis económica y sin votaciones a la vista, los estudiantes responden al llamado de ”La Salida”, el paquete de manifestaciones en parte del dirigente de Voluntad Popular, Leopoldo López.
La protesta incluye a las barricadas, esas incómodas estructuras que han colapsado ciudades venezolanas durante tres semanas continuas y que tienen tantos fanáticos como detractores.

En algún momento de esta historia, un ala de los partidos contrarios al oficialismo criticó la imposición de estos obstáculos en las calles. Los propios vecinos, a los que se les hacía el llamado de atención, las rechazaron. Sin embargo, siguen en algunos municipios.

Sin liderazgos designados, con sorpresiva capacidad de movilización, esta forma de criticar a la administración de turno fue tomada por jóvenes vestidos con zapatos de goma y jeans, de celulares con Twitter y Zello en mano y con ideas difusas que el gobierno logró aclarar tras sus métodos de represión y de censura.

Estos grupos lograron posicionar en el mundo la situación de Venezuela en tiempos de hegemonía comunicacional del estado, de escasez de papel para periódico y de bloqueos selectivos en Internet.

Por eso el siguiente paso, en el que encuentra en su camino el dilema de regresar o no a clases, resulta tan esencial en el conflicto criollo como lo fue en su momento el proceso electoral de 2009 para el propio Chávez.

El contexto
En 2013 las universidades públicas decidieron cerrar sus puertas. Trabajadores, obreros, investigadores y docentes acordaron no seguir trabajando hasta que el gobierno venezolano hiciera revisión de sus beneficios salariales.

La protesta para entonces incluía marchas, toma de esquinas y hasta clases magistrales, una especie de explicaciones en aulas a cielo abierto donde los transeúntes serían los alumnos.

Decir que todos los estudiantes querían regresar a clases es mentir. Un sector lo tomaba como unas cortas vacaciones. Otros, simplemente recriminaron a sus profesores. Al final hubo acuerdo, con mesas de diálogos entre todas las partes, y la vida transcurrió con aparente normalidad.

En este nuevo contexto político y social, el del 2014, se les unió en las decisiones los institutos privados. No hubo esa misma intensidad en la movilización como en el año anterior pero sí actos de solidaridad, al punto de ver educadores detenidos junto a sus aprendices universitarios.

No surgió reflexión por parte de las escuelas de Ciencias Políticas, Derecho, Comunicación Social o Sociología -¿cómo las habría en todo caso con las ausencias laborales?- pero sí esfuerzos focalizados en asesorar a los manifestantes arrestados.

Reanudar las clases, después de carnaval y hasta de varios días declarados como no laborales, implica reencontrar esas micro-comunidades que desde hace semanas no pisan el mismo espacio juntos, de obligar las conversaciones de personas que quizás quieran lo mismo para el país pero que aún no engranan sus esfuerzos en una misma dirección.

Un cambio
Una encuesta de la Universidad del Zulia pregunta en su cuenta principal de Twitter: “¿Deben las universidades abrir sus puertas durante las protestas que se desarrollan en el país?”. 9 mil 68 personas (un 62 por ciento de los entrevistados) eligieron la opción: “No, los estudiantes en este momento deben estar en las calles luchando por sus ideales”.

Al menos en redes sociales se puede inferir una tendencia, pero hasta el uso de Internet ha cambiado. Los profesores ya no tendrían en los salones ante sí jóvenes que usan Instagram sólo para selfies sino para registrar con fecha y hora cuanto ocurre en su localidad, por ejemplo.

El consumo de información ha dejado de ser pasivo para producir contenidos que se juntan con hashtags o etiquetas en donde se informa al mundo de lo que sucede en Venezuela, un campo que se ha desarrollado sobre la marcha y no en las aulas.

Hay que reconocer que ya no es época de paraguas sino de intemperies. Si el investigador, el docente acepta aprovechar esta movida colectiva, toca convertir la clase en una pista de baile donde se pone el tema y queda moverse, sacudir la cabeza.

Los estudiantes, por su parte, necesitan entender que la universidad es suya, que hay que sentirla como su espejo: si no la ven como el reflejo de sus sueños, al igual que el país, es porque tienen que entender que no están soñando y que deben…despertar.

No se puede forzar la conclusión de este proceso en pleno desarrollo. Simplemente toca señalar que la noticia se escribe y que son los jóvenes, los que le decían cuando niños que serían el futuro, los que finalmente puedan terminar de redactarla.